Nuestros ulemas

Hay un argumento trillado que reza, empleando diferentes ejemplos según la intención de cada autor, que los Estados que funcionan suelen ser conducidos por ingenieros y los que no, por abogados. Aunque el Ecuador de Montecristi no fue engendrado por abogados, estos han tenido que hacerse cargo del enrevesado producto de aquella Constituyente de activistas apresurados.

El Estado moderno es ya, de por sí, una creación de una complejidad avasalladora, pero el nuestro resulta hoy ya inaprensible. Ni siquiera los propios mentalizadores de este fueron capaces de operarlo dentro de la legalidad e, incluso, paradójicamente, muchos de ellos están hoy presos, prófugos o autoexiliados, triturados por los mismos engranajes que ellos echaron a andar. Quienes han venido a continuación tampoco la han tenido más fácil; con parches y trampas, intentaron romper candados y sortear obstáculos insalvables, pero solo empeoraron aun más las cosas. Hoy, tenemos un Estado inviable, insostenible e indomable, que se agita enardecido mientras se descompone.

A los ecuatorianos no nos ha quedado más que abrazar una especie de teocracia para poner tratar de poner fin al desbarajuste económico y político que, paradójicamente, ni políticos ni empresarios parecen tener interés en resolver o ni ser ya capaces de hacerlo. Hemos depositado nuestras esperanzas en la Corte Constitucional. Esperamos que resuelvan todo. Son nuestros ulemas, nuestro concilio, nuestros miembros del secretariado del comité central; hacen exégesis del texto sagrado de Montecristi, más allá de los absurdos y contradicciones, y proponen soluciones que no entendemos, pero que asumimos con fe. Tal y como sucede con todos los grupos de iluminados, para entender sus designios se requerirían diez años de adoctrinamiento temprano en la vida y  diez más de estudios que conjuguen las supersticiones vigentes con el más nítido raciocinio.

Con nuestra Constitución- un mamotreto producto de delirios místicos-, nuestro grupo de elegidos, nuestra obediencia ciega a mecanismos que no entendemos y, sobre todo, la entereza con la que nos resignamos al absurdo y al expolio, somos ya una teocracia posmoderna. Quizás de eso se trataba el “sumak kawsay”.

[email protected]