Banalización de la política

Manuel Castro M.

Parece que la influencia del fútbol, del boxeo, sus amplias difusiones, a través de la radio, la televisión, de las redes sociales, de sus comentaristas especializados, han influenciado en la política, en sus analistas, comentaristas, en los diversos medios, al proporcionar información, análisis o críticas sobre hechos políticos con una visión y términos casi deportivos. Se habla de ganadores, empates, de tener al rival contra las cuerdas, que solo juega el arquero y demás términos estrictamente de deportes que no son más que juegos.

Tales visiones y versiones, nacionales e internacionales, conducen a la banalización de la política, con una influencia lamentable en el gran público que ve la política como un torneo deportivo que tiene que dar resultados con ganadores y perdedores. Banalidad que convierte la política, que es una ciencia y un arte, en algo de escasa importancia, a veces conocido por todos. En el fútbol siempre hay un resultado indiscutido, cualquiera que sea el sistema para determinar el ganador o el empate; en el boxeo si no hay KO “fuera de combate”, los jueces dan una decisión. En la vida y en la política como se ha dicho con sabiduría: el triunfo o la derrota son impostores. El bien común se alcanza con trabajo, honestidad, visión, no con un marcador.

La violencia, el narcotráfico, no acabarán con análisis o cualquier sistema estratégico o táctico, como en el ajedrez, sino con conocimientos sobre seguridad, economía, derecho, relaciones internacionales y acciones efectivas. El tener 91 votos el gobierno en la Asamblea no es una garantía si de por medio no hay transparencia, principios ideológicos y éticos, pues no es un partido de basquetbol, sino que se trata en ese poder del Estado los más altos intereses del pueblo.

Si bien las decisiones políticas en los organismos colegiados se toman con votaciones, el resultado no es una garantía de verdad. En París, reunidos diez sabios, luego de interminables discusiones, votaron sobre la existencia de Dios. El resultado fue seis a cuatro a favor de la inexistencia del Ser Supremo.