Llucha

Julia Rendón Abrahamson

Desde que llegué a Barcelona he visto más tetas, vaginas y penes que nunca. Yo sé que la sola mención de estas partes del cuerpo quizá les haga ruborizar. Vengo de una sociedad bastante conservadora. También de una época de juventud conservadora: los noventa en Quito, ‘baby’. Hay una conexión entre la cultura de violencia contra las mujeres y la imposición sobre qué podemos mostrar o hacer de nuestros cuerpos, pero para hablar de eso no tengo suficiente espacio aquí. Pasaré a estar llucha de otras formas.

Durante mi vida en Ecuador, nunca vi mujeres topless en la playa, peor una playa nudista, y aunque suene raro, ni siquiera un vestidor de mujeres en el que la desnudez fuese común. Acá entro al vestidor del gimnasio. Mujeres de todas las edades y tamaños están desnudas mientras conversan, se maquillan, hablan por teléfono, planean tomarse unas ‘cañas’. Las primeras veces que iba, era una de las pocas, junto a algunas otras extranjeras, que me tapaba con una toalla, en realidad contorsionaba con esa toalla para ponerme el calzón y que no se me viera. El pudor era mío, y el pudor puede ser cultural e irracional, pero cabe preguntarse cuánto de la sociedad machista, curuchupa y violenta en la que crecí tiene que ver con esto.

“Donde fueres haz lo que vieres”, quizá no siempre, pero en este caso sí. Hace algunos meses me saqué la toalla y dejé de contorsionar. Me puse crema, conversé con Amalia, una señora de ochenta años que, también desnuda, me contaba sobre sus nietos. Decidí que, desde ese día, no iba a usar más la toalla allí adentro. Según diferentes psicólogos, “una de las maneras de sentirnos cómodos con nuestros cuerpos y aceptarnos más es estar desnudos”. Para mí, preguntarme sobre mi pudor y hacer las cosas de manera distinta son formas de liberarme de la realidad distorsionada con la que crecí, y que ahora miro a diario en redes sociales, sobre los cuerpos de mujeres: flacas, jóvenes, blancas, altas, etc.

Yo sé que puede parecer un poco banal de lo que hablo, y que las personas más jóvenes o de otros países menos conservadores que el Ecuador no entiendan. Pero a mí me interesan todas las formas que nos permitan a las mujeres apropiarnos de nuestros propios cuerpos. Parece un contrasentido apropiarse del cuerpo propio, pero no lo es porque vengo de una sociedad donde los cuerpos de mujeres son considerados propiedad de los hombres, y son abusados y matados a diario.

Quizá para mí, a esta edad, una de las formas de apropiación sea este pequeñísimo gesto. Sé que, por lo menos, significa despojarme de creencias caducadas para mí, empezar de nuevo. Migrar. Se dice que la mediana edad viene con crisis y replanteamientos, qué mejor que recibirlos llucha para poder renacer de varias maneras para mi siguiente mitad de vida.