Fábricas de ciudadanía

Rosalía Arteaga Serrano

Sabemos que buena parte de la población mundial vive en las ciudades. La relación ha cambiado drásticamente en las últimas décadas; se ha producido una urbanización acelerada y también la conformación de grandes megalópolis, de dimensiones casi inconcebibles, que siguen acumulando población. Los pequeños pueblos, los lugares aledaños, son tragados por esas gigantescas urbes que se vuelven tan difíciles de gobernar.

Pero esa es la realidad. La ruralidad ha perdido terreno. La mayor parte de los habitantes del planeta vive en las ciudades, lo que trae consigo aparejadas una serie de situaciones y problemas que se derivan de la gran congestión de personas, de vehículos, los que se desprenden de la contaminación ambiental, el hacinamiento de los habitantes, la satisfacción de necesidades como el alcantarillado, la provisión de agua limpia, la electricidad y, más recientemente, la necesidad de llegar con otros tipos de servicios, como la conectividad.

En medio de lo que describimos existe la percepción de que al urbanizarse las personas van a encontrar más facilidades para satisfacer sus aspiraciones, pero la verdad es que eso no es cierto. Debemos trabajar denodadamente por acercarnos a lo que significan los sueños de quienes nacen, crecen o se trasladan a vivir en las ciudades.

El concepto de ciudadanía también debe comprenderse como el requerimiento de seguir reglas, de participar activamente en los términos de la convivencia, de mantener relaciones positivas con los otros miembros de la comunidad, de crear espacios en los que se pueda compartir, disfrutar, aprender.

En este sentido debemos pensar en la necesidad de buscar las formas de crear nexos de ciudadanía responsable y no encontramos mejores lugares que las escuelas para conseguir estos propósitos, que los espacios en los que los niños y jóvenes aprenden a relacionarse con los demás. Por ello podemos calificar a las escuelas como esas fábricas de ciudadanía, indispensables para estimular la coexistencia pacífica entre los habitantes de las ciudades.

De ahí que la escuela es insustituible. Conforma, junto con el hogar, un binomio inseparable que debe redundar en buenas prácticas, a fin de conseguir su objetivo de relacionar, especialmente a los niños, con sus pares y con los otros seres humanos.