El Oriente ecuatoriano: entre la realidad y el mito

Pablo Granja

 En la década de 1970, yo administraba un negocio familiar. Una mañana, inesperadamente  entró a las oficinas un respetado personaje que me preguntó, cordial y sonriente, si podía hacer una llamada desde mi teléfono. Terminada su conversación, sin aún haberme recuperado de la sorpresa, lo único que me salió fue preguntarle: “¿Es verdad que el Oriente es un mito?”. El ‘Patrón Galito’, como cariñosamente le llamaban sus empleados y amigos, se rió con ganas y me explicó el contexto de su afirmación. Esa sencillez y afabilidad era legendaria de quien había sido presidente de la República y Secretario General de la OEA, Dn. Galo Plaza Lasso.

Para mí, el Oriente era —sigue siendo— un mito y una leyenda, en parte por las fabulosas experiencias que nos contaba mi padre, minero de profesión y generoso de corazón, que pocos años antes había tenido una mina de oro en el rincón más apartado de la provincia de Sucumbíos. “A la selva hay que respetarla porque te da vida o te aniquila”, decía él, que salió con vida, dada su fortaleza de ánimo, temple y juventud.

El descubrimiento español del río Amazonas es, en sí, una epopeya, enriquecida por la narración  que hace Dn. Leopoldo Benites Vinueza, diplomático ilustre y lúcido escritor, en su libro ‘Los argonautas de la selva’. No menos sorprendente es la idílica historia de amor de Isabel Gramesón, nacida en Riobamba en enero de 1728, quien a los 16 años se casó con uno de los científicos de la misión geodésica francesa, Jean Godin; que en el 1749 emprendió un viaje exploratorio por las selvas amazónicas para llegar a la Guayana Francesa. Cansada y dolida por la ausencia, organizó su propia expedición con 47 personas para buscar a su amado. Fue la única sobreviviente encontrada por una tribu en las riberas del río Amazonas, que la llevaron hasta la desembocadura en el Atlántico, desde donde siguió su travesía hacia el Caribe, hasta encontrar a su esposo, que le esperó durante 20 años ya que, siendo francés, tenía prohibición de reingresar a las tierras dominadas por la Corona española.

En octubre del 2018 asistí a una Exposición de Proyectos organizada por el Congope; allí conocí a un grupo de colonos de Sucumbíos, que exponían un proyecto  para producir celulosa a partir de una variedad de jacaranda. Llevaban más de 20 años resistiéndose a la tentación de emprender en otros cultivos o de rendirse ante propuestas de seguir siendo proveedores de materia prima que subvaloran los compradores, que aprovechan los industriales y que benefician a los intermediarios de los productos terminados. No; ellos tienen las ideas claras, la determinación firme, la fe intacta, la visión lúcida, para impulsar su modelo de negocio: ser propietarios de todo el proceso. Faltaban los diseños científicos e industriales, así como el financiamiento para cubrir esta quimera, estimada en unos mil doscientos millones de dólares.

Por esas vueltas con que nos sorprende el Destino, una empresa de desarrollo de procesos científicos de origen galés conoció el proyecto y a quienes lo impulsan, por lo que desarrollaron, a su costo y riesgo, los diseños que faltaban. Más aún, estos científicos, soñadores y solidarios, han intercedido en la búsqueda del financiamiento requerido, habiendo logrado el compromiso de la banca internacional, cuyo proceso está casi listo.

“Logrando que las empresas comunitarias implementen proyectos productivos industriales en cada provincia, invirtiendo de la mano de los pequeños y medianos productores,  se logrará que el país se proyecte hacia un desarrollo sostenido”, declara el Ing. Alejandro Bodero, que con su temperamento sereno y decidido es el principal artífice de este sueño; demostrando que el Oriente ecuatoriano transita entre la realidad y el mito.