El miedo al fracaso

Rodrigo Contero Peñafiel

Muchas veces se pierden oportunidades por el temor a enfrentar los retos que esto implica, pero no se puede renunciar a la motivación sensata de aprovechar el momento y afrontar aquello que nos puede acercar al triunfo, haciendo más accesible el bienestar familiar, laboral y social futuro. La diferencia entre triunfar y fracasar está en nosotros.

Las oportunidades pueden venir con cierta carga de dificultades que requieren conocimiento, experiencia y dedicación, pero ¿cuántas cosas se dejan de hacer por el miedo al fracaso? Si no se aprovechan las oportunidades que se presentan, nunca se podrá alcanzar el éxito. Las personas inician emprendimientos por alguna razón o necesidad, y por falta de conocimiento o experiencia pueden fracasar, pero ¿no se han puesto a pensar en el porqué del fracaso? Y, si así fuese, hay que aprender la lección que luego nos llevará a tener grandes satisfacciones.

Al fracaso hay que manejarlo con mucha sabiduría, razonamiento y experiencia. No podemos vivir en la cultura del miedo, tampoco se puede aceptar la derrota y sumergirse en el mundo del inconsciente. Todos quienes tenemos triunfos en la vida, en algún momento hemos pasado por alguna frustración. Muchas veces la vida nos da lecciones con tropiezos y decepciones para luego conducirnos al éxito. La dependencia, la sumisión o el miedo que vemos con frecuencia, nos permiten observar que la gente busca liberar su ‘yo’ de quien les oprime. Se puede fallar una y otra vez, pero quien no lo vuelve a intentar, no alcanzará el éxito.

Quien alguna vez ha fracasado en su vida tiene dos opciones: dejar que el fantasma del desengaño entre en su existencia o buscar una oportunidad para intentarlo de nuevo, tomar impulso, fortalecerse, reconocer los errores y hacer los cambios necesarios para alcanzar el éxito. Quien persiste en el miedo y no se arriesga, siempre será un perdedor.

Puede parecer paradójico, pero, así como se tiene miedo a fracasar, también se tiene miedo a triunfar: aquella sensación de vértigo incómodo que muchas personas no enfrentan por ser pesimistas. Somos responsables de nuestra propia felicidad y tenemos que ser triunfadores.