Dicen los que no saben

Hace unos días, Roberto Marchán, coronel retirado de la Fuerza Aérea Ecuatoriana y antiguo jefe del Grupo de Transporte Aéreo Especial, concedió un par de valiosas entrevistas. En ellas, el expiloto del avión presidencial se tomó el tiempo de explicar al público general una serie de detalles legales, operativos y técnicos de la aviación para desvirtuar aquella teoría de conspiración que vinculaba a la mismísima aeronave del primer mandatario con actividades ilegales. Tras escucharlo, sobre todo si es que uno había sido uno de los que pensó que aquel esquema de corrupción era verosímil, era inevitable sentir un poco de vergüenza por haber sido capaz de llegar a creerse tantas tonterías.

Es normal que la gente común y corriente esparza rumores y teorías insólitas sobre temas que desconoce. Es usual también que sintamos una atracción natural hacia las conspiraciones e intrigas, y que nos guste entretenernos barajando explicaciones fantasiosas de los principales hechos de actualidad, sobre todo si en el proceso podemos torpedear la honra de personalidades que nos desagradan. Lo que no debería ser normal, y que no está bien, es que las autoridades de un país procedan de la misma manera al lidiar con los grandes desafíos que enfrenta el país.

La teoría de conspiración sobre el avión presidencial nació de las altas esferas políticas, de la misma forma que, desde hace décadas, legisladores y comisiones especiales no han tenido empacho en confundir a la población esgrimiendo explicaciones insólitas y risibles sobre temas espinosos de los que no saben nada. Lamentablemente, vivimos en un mundo sumergido en la ilusión de que la información es libre y de fácil acceso, por lo que hemos perdido respeto por el conocimiento especializado y la experiencia específica. Así, no tenemos empacho en asignarle la investigación de temas complejos y profundamente técnicos a funcionarios sin ningún conocimiento del tema, quienes terminan llegando a conclusiones absurdas que luego se permean a toda la población.

A corto plazo, esa mala costumbre da pie a terribles injusticias; a largo plazo, trae aun más descrédito para las autoridades y decepción para la población.

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