Otro presidente en ofrenda a la Constitución

Daniel Márquez Soares

El nuevo presidente Daniel Noboa corre el riesgo de que le suceda lo mismo que a su predecesor: embelezarse con el puesto al punto de olvidar que está piloteando una nave enfilada al desastre. Basta con tener nociones de aritmética —revisar la situación económica— y saber leer —entender la Constitución y las barreras que dicta— para entender que, en las circunstancias actuales, no hay forma alguna de remediar la crisis sistémica en la que está sumergido el país. Apegarse al ordenamiento vigente es la garantía suprema de que todo irá peor.

¿Por qué, pese a ello, cada presidente que asume parece resignarse a la Constitución y al orden que dicta? ¿Por qué aceptan dócilmente ser los capitanes del naufragio? La respuesta está en la vanidad y en los manjares del poder. Ser comandante en jefe, controlar decenas de miles de millones del presupuesto nacional, mandar sobre miles de empleados públicos, la parafernalia protocolaria que rodea a un primer mandatario, la infaltable corte de aduladores; todo eso basta y sobra para seducir a un presidente al punto de distraerlo del descalabro que tiene entre manos. Asimismo, con cada día que pasa un presidente gobernando en las condiciones que le dicta el orden constitucional actual, las probabilidades de que propicie un cambio, así como su autoridad moral para hacerlo, se reducen.

En un pasado no muy lejano, experimentos absurdos como la República de Montecristi no duraban mucho. Se desplomaban rápida y definitivamente cuando la realidad se imponía y obligaba a la gente a entrar nuevamente en razón. El proceso de barrer los escombros y levantar un Estado nuevo era doloroso, pero también era justo, oportuno y, sobre todo, una oportunidad de aprender y progresar —tal y como el propio Ecuador lo vivió en al menos cuatro ocasiones durante el siglo XX—. Sin embargo, hoy la clase política se rehusa a hacer eso; prefiere prolongar por medio de deuda y parches la agonía de una república mal diseñada. No les importa que la crisis se agudice, mientras sea de forma gradual para que la gente alcance a acostumbrarse.

La principal misión de cualquier presidente al que le importe el futuro del país es deshacerse de la Constitución de Montecristi y sus nocivos dogmas.