La tregua que nos están dando

Daniel Márquez Soares

Seamos sinceros y admitamos que la factura ya le ha llegado a todo el mundo. Hubo muchas empresas y grupos cercanos a los intereses estadounidenses que fueron perjudicadas de forma alevosa durante la década en que Ecuador jugó a alinearse con otros bloques; sin embargo, quienes condujeron y dirigieron ese proceso ya pagaron un precio por ello —exfuncionarios presos, empresarios sentenciados o quebrados, personalidades estigmatizadas, estudios jurídicos disueltos, etc.—. El más feroz paladín de esa intentona de realineamiento geopolítico a empellones, el expresidente Rafael Correa, languidece en un exilio en tierras europeas que, dado su orgullo y desproporcionada cautela, probablemente terminará siendo más largo que la condena que hubiese pagado en esta tierra. Al otro lado, su más inmisericorde inquisidor, el exasambleísta, periodista y candidato presidencial Fernando Villavicencio, ya está muerto. Muerto también está su cobarde asesino y, como país, sería bueno ir ya aceptando que la justicia terrenal contemporánea carece de las herramientas para dar con quienes lo contrataron.

A su vez, el presidente Guillermo Lasso, otrora tan impoluto y perfecto, que no era solo millonario hasta la médula sino que además tenía serias pretensiones de santidad, hoy es un hombre físicamente devastado, internamente corroído y, como todo político en estos tiempos, con la honra mancillada. Él también ostenta ya, en abundancia, esas cicatrices físicas y morales, que antes de la presidencia fingía no tener. Del otro lado de la trinchera, Jaime Nebot sabe, aunque jamás lo reconocerá, que fue bajo su mando que se derrumbó ese partido que recibió en herencia política de manos de grandes predecesores. Leonidas Iza, a su vez, viendo lo que ha sucedido en el país con Agustín Intriago, Fernando Villavicencio y más de una decena de otros políticos asesinados, debería sentir un escalofrío; no solo que varios de ellos también creían contar con protección internacional a toda prueba, que cuando se la necesitó resultó que no existía, sino que le advierten con su ejemplo al ‘niño terrible’ de la Conaie que, de ahora en adelante, él ya no sería, como fue hasta junio de 2022, el único ni el máximo si de usar la fuerza en política se trata, y que éste de hoy no es el mismo país en el que se batió su tío.

De las bandas criminales nacionales, los líderes más violentos y erráticos, los que ordenaron los más demenciales arrebatos de los últimos años, ya están muertos, y con ellos se fueron secretos incómodos para todo el país. ‘Fito’ fue humillado por el Gobierno, expuesto en ropa interior, esposado y subyugado. Sin embargo, ya se desquitó con la publicación de un video musical en el que exhibe un vigor y una entereza que ni veinte fotos malintencionadas del Gobierno lograrían revertir. La deuda parece saldada.

El fenómeno de El Niño venía con fuerza y amenazaba con recordarnos nuestra insignificancia. De paso, la expectativa del desastre sirvió para moderar en algo la enloquecedora bonanza que atravesaban los camaroneros y bananeros, que los estaba llevando a sentirse dueños del país, con derecho a conquistar y expoliar el Estado a discreción. Sin embargo, parece que El Niño ya no vendrá con fuerza y que lo único que nos habrá dejado no son destrozos, sino lecciones y advertencias.

El azar, la providencia, el destino, lo que sea que se llame, nos está dando una oportunidad de serenarnos como país. Aceptemos que estamos en un punto en el que ya estamos todos —grupos políticos, grupos económicos, grupos delincuenciales, grupos sociales, etc.— lastimados, todos heridos y que el único consuelo bobo que nos queda es que nuestro rival también lo está; finalmente, hemos ‘empatado’. Este es el momento de que ambos candidatos, y todos los grupos que representan, hagan un pacto de caballeros para alejar al país del desastre, que contemple también un cambio constitucional ordenado. Necesitamos entender que somos parte de la órbita estadounidense, con todo lo que ello implica; debemos aceptar que hay gente que no es víctima, sino que es sencillamente mala, y enfrentar el problema de que nuestro sistema legal está ahora atado de manos ante ella; asumir que la dolarización exige liberalización laboral para funcionar bien, y poner fin a la absurda función del Estado como garante de divisas y, peor aún, de la banca privada; permitir que nuestra fuerza pública y nuestra justicia se depure y reforme, para enfocarse en enfrentar el origen extranjero de la violencia que desangra al país; entender que toda la región, y que toda la nación, necesita y desea un Ecuador ordenado y pacificado, como fue durante un siglo.

Si,  por terquedad, ignorancia y soberbia, desaprovechamos esta tregua que este momento el mundo y el azar nos están concediendo, debemos estar conscientes de que el siguiente round nos llevará a niveles de caos y sufrimiento que harán que extrañemos estos últimos años —desde octubre de 2019 hasta ahora— como una época de paz y tranquilidad. De nosotros depende.