Con estómago lleno

Matías Dávila

Matías Dávila

Es increíble como ciertos ‘líderes de opinión’ juegan un ajedrez maquiavélico, perverso y repugnante que los más inocentes se han dado por llamar ‘democracia’. ¿Para quién es esta ‘democracia’? No para los más necesitados, que no encuentran celeridad en los juzgados; no para los más enfermos, que no encuentran medicinas en los hospitales; no para los más pobres, a los que nadie les perdona ni deudas ni intereses.

La democracia es un término en construcción que para unos es una cosa y para los otros es otra: ¡que bendita tontera! Para los pobres, es decir para aquellos que están de la clase media baja para abajo, es la posibilidad (utópica) de democratizar las oportunidades, pero ahí corren el riesgo de ser identificados como unos miserables izquierdistas; y para los otros es el ejercicio efectivo e inmediato del derecho de sus privilegios, entre ellos: la libertad de expresión.

Al pobre no le importa mucho el ser o no escuchado porque con o sin democracia casi nunca se le escucha, salvo que salga a protestar y queme llantas en la mitad de la vía. Al acomodado, es decir, al segmento que pertenece desde la clase media alta para arriba, lo que le importa es que la democracia le permita consumir con libertad lo que le venga en gana. Y claro, si a eso le sumamos la posibilidad de explotar legalmente a sus trabajadores pues bienvenido sea: “es legal, por consiguiente, es democrático”, dirán desde la comodidad de sus sillones. Que el trabajador pueda cumplir jornadas laborales, ya sea de 2 horas (que adquisitivamente no le alcanzan para nada), o de más de 8 horas (que son más comunes que lo que uno cree), y que todo esté dentro de la legalidad, es el sueño demócrata de esta minoría.

Los pobres no pelean por la democracia, no les importa. Pelean por llevar un pan a la casa. La discusión filosófica de las libertades y del gobierno del pueblo para y por el pueblo, es un lujo que nos damos algunos cuando tenemos el estómago lleno.