Soplar y sorber

Carlos Freile

No puede ser. Algunos ecuatorianos ansían lograr éxitos nacionales con exigencias contradictorias; el caso paradigmático es la explotación petrolera en el ITT. Por un lado claman por mayores inversiones en los sectores que les interesan y por otro rechazan la posibilidad de tener recursos para lograrlo. Esos dirigentes, en ocasiones de grupos pequeños (¿3% de la población?), ya han contribuido al estancamiento del país; con sus paralizaciones han provocado pérdidas millonarias de las cuales no se han responsabilizado con la complicidad, o por lo menos la anuencia buenista, de políticos, activistas, religiosos. Sus acciones, sin embargo, no solo han atacado las bases productivas de varios sectores del país, sino la institucionalidad misma: han mostrado a los connacionales de a pie que el violar la ley, destruir bienes públicos y privados no tiene ninguna repercusión ni castigo; después exigen el oro y el moro sin haber dado nada para reparar los daños. Queman un edificio público lleno de documentación valiosa contra los ladrones de saco y corbata y quedan libres ante la indiferencia social con justificaciones no tanto risibles sino espantosas.

A nivel nacional y privado queremos riqueza sin trabajar, progreso sin esfuerzo, paz sin moral, vivir de la renta sin invertir. Sí, no nos hemos dado cuenta de que “soplar y sorber, no puede ser”. O escoges lo uno o lo otro, no hay término medio. Y no se trata de formas culturales de vida o de pensamiento, distintas en diversas sociedades, eso es una falacia engañabobos; de paso, nos encontramos con bobos no solo entre analfabetos reales o funcionales, sino también entre doctores y letrados, entre académicos y clérigos.

Ya es hora de que la sociedad entera despierte y se ponga de pie para defenderse a sí misma; dice el refrán que “guerra avisada no mata gente”, ya nos han avisado de sus propósitos en proclamas y libros (mal escritos e indigeribles) y siguen tan campantes sin haber rendido cuentas de sus acciones destructivas ni provocado reacciones con sus palabras violentas. Recuperemos nuestra dignidad (¿Cómo un presidente de la República pudo humillarse y compartir mesa de diálogo con quien le había llamado “Patojo de m*****?) y capacidad de acción; está bien que rechacemos la carga impositiva, pero también defendamos el poco espacio que tenemos para trabajar y producir.

En pocas palabras, de las crisis solo se sale con medidas extremas; si es necesaria una moratoria en el cese de explotación del ITT, pues adelante. Si no podremos sobrevivir sin la gran minería, pues apoyémosla, sin tanta alharaca que solo beneficia a los ilegales y a los chupasangre. A grandes males, grandes remedios.