Diplomacia, dignidad y justicia

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Carlos Freile

Uno mi modesta voz a la de aquellos ecuatorianos distinguidos por su hombría de bien, su inteligencia, su amor a la Patria, en su apoyo al presidente de la República por su conocida actuación con un reputado delincuente, “huésped” en la embajada de un país hermano. Coincido en que las maneras con que el gobierno actuó no fueron las más finas y pudieron buscarse otras más diplomáticas, como también han sostenido ilustres comentaristas. Sin embargo, la sabiduría del pueblo afirma que “a grandes males, grandes remedios”; vistas las circunstancias desde el presente nos convencemos de la necesidad de cortar de una vez el nudo gordiano de la presencia de Glas en la embajada de México.

La perspectiva más evidente era la fuga del sujeto sentenciado por varios delitos; habría salido del país amparado por la diplomacia de otro, este totalmente irrespetuoso de nuestras leyes e instituciones. Con la decisión tomada por el presidente Noboa, el Ecuador ha sufrido el rechazo de la comunidad internacional, pero ha defendido nuestra dignidad, tantas veces pisoteada y ninguneada por varios países a lo largo de la historia. Sí, las maneras fueron equivocadas, y aunque el fin no justifique los medios, por una vez hemos mostrado que nos somos peleles de quienes pretenden dictar nuestra conducta después de habernos ofendido como país. La dignidad no viene dada desde fuera, sino desde la propia conducta.

Además, y un además muy importante, el reo “huésped” no es un perseguido político, no ha brillado por su conducción intelectual de una corriente de opinión, ni es víctima de una dictadura sangrienta; se trata simplemente de un delincuente que ha perjudicado en materia económica al Estado ecuatoriano, o sea al pueblo entero, sobre todo a los más pobres y desamparados, porque los dineros públicos son patrimonio de la comunidad nacional. También estamos cansados de que los corruptos, los ladrones, los desfalcadores, perniciosos para la sociedad en pleno, sean defendidos y amparados por países extranjeros, cómplices hipócritas de los delitos de cuello blanco y de los otros.

En ocasiones la defensa de la dignidad y de la justicia impone la ruptura de ciertas normas y aceptar las consecuencias con la cabeza bien alta.