Ecuador enfermo, grave

Alfonso Espín Mosquera

Cuando no hay bienestar público, esto es trabajo, salud, educación, una vida digna para los nacionales y la ciudadanía apunta al exterior como recurso definitivo que le permita salir adelante, significa que el país está enfermo, grave y eso es innegable.

Enfermarse en el Ecuador es terrible porque ni los hospitales públicos cuentan con los recursos para devolverle la salud y peor el IESS, el de los afiliados, atiende con citas a meses y cuando el paciente llega, debe sufrir el calvario de la espera para los exámenes y finalmente no hay las medicinas para curar sus males.

Las clínicas privadas no quieren trabajar con la seguridad social. El IESS no paga. Es de temer que en el futuro escaseen los fondos de pensión jubilar y, francamente hay que resignarse a lo que venga, incluida la muerte si por algo toca acudir a los dispensarios de la asistencia pública o, lo que es lo mismo, los del IESS.

Sabido es que los políticos, en todos los tiempos, han hecho de los fondos de previsión social su caja chica, que el Estado le debe a la seguridad social; sabido es que en las épocas de la RC se dilapidaron los fondos del llamado FEIREP para “invertirlos” al antojo del mandatario Correa. De hecho se crearon más de cuarenta carteras de estado, convirtiendo al sector público en el más grande empleador de todos los tiempos y granjeándose la simpatía de miles de jóvenes ecuatorianos que lograron emplearse, aunque fuese por contrato, sin estabilidad, pero gozando de un sueldo que nunca pensó el socialismo del siglo XXI se fuese a acabar con un precio de petróleo alto y la plata a la mano.

Todo estaba pensado para calar en la población y hacer de los recién empleados adeptos agradecidos de sus cargos y entonces seguir engrosando las fuerzas de choque, porque cuando había movilizaciones los trabajadores eran obligados a salir a brindar su apoyo en las calles, so pena de perder sus empleos.

Las carreteras y más obras, aunque hayan sido con sobreprecios, deslumbraron a la población, sumadas a los discursos sabatinos que eran entre shows de canto, baile, sátiras en contra de la oposición, en fin, todo en conjunto logró sostenerle en su cargo con una popularidad importante en la población.

Más allá de toda la deshonestidad, los funcionarios públicos fugados, los capturados que declaran en Estados Unidos y los que se esconden hasta ahora, como Glas en la embajada de México, los ecuatorianos  de buena fe y sin culpa, tenemos que afrontar ahora las facturas de los desatinos, dilapidaciones y corrupción de los que ya no están en el poder, al menos de manera visible, con una carta adicional durísima a cuestas, como la violencia y criminalidad desatada en el territorio nacional.

Mientras tanto la población sigue enfermándose, continúa con la necesidad de alimentarse, de buscar el abrigo de una vivienda, los jóvenes y en general todos, con el afán de emplearse en algo y el país, sin capacidad de brindar oportunidades y para grandes sectores de la población condenándoles a vidas paupérrimas sin ninguna esperanza de progreso.

En este contexto los políticos, sobre todo los asambleístas, incapaces de razonar por el bien común, siguen haciendo el juego a los intereses bajos de sus líderes.

Es hora de despertar, de que el gobernante de turno dé pasos certeros y definitivos, más allá de los intereses en las  elecciones del 2025 y en aras de tantos millones de ecuatorianos necesitados, prueba de la grave enfermedad que le aqueja al Ecuador, jugarse por todos, aunque le cueste su reelección.