¿Qué hace el feminismo con las mujeres muertas?

La tragedia que vivió Dana Ramos, una niña que fue secuestrada y asesinada por su padre, que es policía, es algo que nadie quiere vivir; es algo por lo que un niño nunca debería pasar. Debería ser impensable que un padre haga esto, especialmente un policía que debe cuidar a la gente y no matarla. Pero lo que está haciendo el feminismo con esta tragedia es politizar su muerte e instrumentalizarla para su narrativa ideológica. Ahora se suma el caso de Aina Yambia, donde se ha guardado silencio.

¿Qué está haciendo el feminismo con las mujeres muertas? Se asemeja a una catapulta genovesa. La catapulta genovesa, originalmente una máquina de guerra común fue modificada por los genoveses para lanzar no solo proyectiles, sino también sus propios muertos. ¿Cómo es esto relevante para el feminismo? Bueno, el feminismo ha adoptado una táctica similar. En lugar de proyectiles, arroja cifras de mujeres muertas como un arma retórica. Sin embargo, esta táctica se ha vuelto contraproducente y deshumanizante. En lugar de abordar las causas subyacentes de la violencia contra las mujeres, el feminismo a menudo se limita a utilizar estas cifras como una justificación para su propia existencia. Esto crea un ciclo vicioso: cuanto más nos alimentamos de la tragedia, menos queremos ver su fin.

Ecuador es un país violento, y las mismas personas que buscaban desmilitarizar las cárceles, reducir penas y defender a delincuentes, ahora se indignan. Ahora el muerto les funciona o, sino, desde su activismo hipócrita de DDHH hacen la vista gorda.

En Ecuador, contamos con más de 500 niños asesinados desde el 2000 hasta el 2022, y casi 38 mil hombres murieron por homicidio en el mismo período. Los homicidios contra mujeres en el mismo rango de años fueron casi 4800. Los hombres mueren 33 mil veces más por homicidios violentos. Pero el relato es que las mujeres son percibidas como objetos. Y no, eso no tiene nada que ver más que con una mirada victimista ideológica. Tenemos asesinatos como el de Mel, el de Justicia Para Salo y Humbertito; todos fueron asesinados por su madre, excepto Humbertito, que no terminó en tragedia. Esos casos hicieron la vista gorda. Ignoraron la muerte de María del Valle González López, que murió en un hospital en Argentina por el aborto ‘seguro y legal’. Porque su muerte no sirve, el feminismo se alimenta de cadáveres. Y también callaron con el asesinato de Lucio Dupuy que fue brutalmente asesinado.

En Ecuador, no está legislado el secuestro parental como delito. Es más, en el caso de Felipe Montalvo, cuando la madre se había llevado a su hijo, le dijeron en el DINAPEN que no es delito porque es la madre. Si hubiera sido al revés, el caso sería más escandaloso. El problema es que los menores son vistos como un bien o propiedad, por eso que en derecho ya no se debe hablar de tenencia, porque uno no ‘tiene’ a un ser humano, sino de custodia.

En Ecuador, ser niño es complicado debido a la violencia que hay en el país. No es un problema de género de hombres vs. mujeres; es un problema moral y de poco interés. En Ecuador se venden niños como objetos, no niego que también mujeres caigan en trata de blancas. En Playas se venden niños de 3 y 4 años en redes sociales por USD 6,000 (diario Expreso). En 2020, hubo más de 200,000 alertas sobre explotación sexual infantil desde Ecuador, 21.7 millones de denuncias de sospecha de abuso sexual infantil en todo el mundo, de las cuales 21.3 millones provinieron de Facebook (PLANV). Al año hay 1800 denuncias en ciberdelitos, y de esas, el 8% corresponde a grooming. En la región, al año hay 360 personas detenidas en Ecuador por pornografía infantil. Colombia tuvo el mayor número de alertas de trata de niños en 2019 con 763,997, seguida de Perú, Brasil y Ecuador. El 39% de desaparecidos en el 2023 son menores de edad.

La justicia no debe llevar apellidos porque deja de ser justicia, pero la excepción es la infancia donde siempre debe estar por encima el bien superior del menor, pues son los más vulnerables y los cuales no conocen de ideologías.

Martín Mora