Nosotros, los antiderechos

A una numerosa y antigua comunidad de personas se nos llama “antiderechos” porque no aceptamos la existencia de un derecho a abortar por parte de las mujeres. Sin embargo, esta comunidad provocó una auténtica revolución en el mundo antiguo en beneficio de los derechos de las mujeres, las igualó en dignidad a los hombres, les dio voz y la posibilidad (el derecho) de decidir por sí mismas en muchos aspectos de su vida, por ejemplo el matrimonio. Siglos más tarde se inventó la patraña de que esta comunidad había negado el alma de las mujeres, mentira aceptada todavía en algunos ambientes poco dados a la investigación histórica. Esa misma comunidad, con el paso de los siglos, inició la educación femenina en sus ámbitos geográficos de influencia, y allí las mujeres tenían derecho a reinar, poseer bienes, administrar negocios, dictar clases, escribir…; pero la calumnia volvió a hacerse presente y se dijo que en esos años, la Edad Media, dominaba un “machismo tóxico”, en decir de un escritor despistado.

Varios enviados de esa comunidad se lanzaron a la aventura de hacer conocer sus principios en lugares lejanos; allí se encontraron con la costumbre arraigada de asesinar a las niñas recién nacidas, y se entregaron a la tarea de rescatarlas y criarlas en lugares adecuados, cuidando su derecho a la vida.

Las sociedades fueron evolucionando, de autoritarias se convirtieron en democráticas, en sus inicios tenían capacidad de voto para elegir autoridades los varones con fortuna; en varios países algunos representantes de la mencionada comunidad se empeñaron tanto en que se reconociera el derecho al voto a los pobres y a las mujeres (mientras los enemigos de esa comunidad se oponían porque ellas no les darían sus votos, al estar dominadas por los dirigentes de esa comunidad, según ellos, con lo cual expresaban su desprecio por la capacidad de ellas para discernir).

Esta comunidad es la Iglesia Católica y a sus miembros nos dicen “antiderechos”, aunque defendemos los verdaderos derechos femeninos y, también, el de los no nacidos a su propia vida.