Política del encuentro

A raíz del triunfo de Guillermo Lasso, innumerables escritores de opinión se han apresurado a darle consejos y hasta directrices y casi órdenes sobre cómo deberá gobernar; lo han hecho amparados en la diferencia entre cuántos ecuatorianos votaron por él en la primera vuelta y cuántos en la segunda. Sin embargo, poquísimos han sugerido normas de conducta para todos los demás: ciudadanos comunes, políticos, líderes en diferentes ámbitos… Da para pensar.

Algunos, no sé si por ingenuos o por malévolos, acusaron a Lasso del enorme delito de haber colaborado con Lenin Moreno, sin parar mientes en que lo hizo en asuntos puntuales y para colaborar en el salvamento de este barco a la deriva, no entendieron que no se trata de este gobernante o de aquel, sino de la comunidad nacional al completo.

Uno de los mayores aciertos de Lasso ha sido llamar al encuentro de todos los ecuatorianos. En la trágica hora en que vivimos es preciso abandonar nuestro congénito y suicida canibalismo, poner el hombro cómo y dónde cada uno pueda hacerlo de la mejor manera. No es cuestión de ayudar a Lasso, el hombre, ni siquiera al presidente, sino al país entero a salir del abismo. A nadie se le escapa que si le va bien a Lasso le irá bien al Ecuador.

Sin duda será necesario hacer sacrificios muy duros, no esperar el regreso de las vacas gordas en pocos días, como por arte de magia.  Es hora de preguntarse, con John F. Kennedy: ¿Qué puedo hacer yo por mi país? ¿Cómo puedo colaborar para salir adelante?

¿Podremos soñar en que presidente, ministros, asambleístas, burócratas, obreros, intelectuales, campesinos, empresarios, maestros…, rememos juntos para llevar a esta nave común a buen puerto? Es bien sabido eso de que el político en cualquier asunto mira a las próximas elecciones, el estadista a las próximas generaciones. Por una vez, pensemos en nuestros hijos y dejemos de desear diluvios para salvar solamente nuestros muebles aunque la mayoría perezca.