En décadas anteriores, los viajeros organizaban su recorrido de varios días con motivo de las festividades religiosas de la Virgen de El Cisne, y de regreso a sus lugares de origen no podía faltar en el equipaje unas cuantas libras de bocadillos.
Estos manjares tenían como destino Azuay, Cañar y otras localidades del país, así como del norte peruano.
De esta forma, los añorados dulces eran compartidos con vecinos y familiares, generando siempre una especial alegría en los niños, quienes disfrutaban de los sabores de estas golosinas que llegaban como la gran novedad.
Se denominaban genéricamente bocadillos a: los blanqueados, los huevos de faldiquera, los rallados de sidra, las garrapiñadas, entre otros; sin embargo, específicamente se conoce como bocadillo al dulce preparado en base a miel de caña y maní molido, pero también hay bocadillos melcochados y de azúcar (los blancos).
La costumbre de preparar los bocadillos se encuentra principalmente en los cantones de Paltas, Olmedo y Chaguarpamba, en Loja; sitios en los cuales sus pobladores mantienen esta tradición desde mucho tiempo atrás; la misma que ha sido transmitida y recreada de generación en generación hasta los actuales momentos.