Acción de chimbador

Cuando se llevan a cabo elecciones en nuestro país se pone de moda la palabra chimbador, conocida y utilizada desde hace mucho tiempo.

Charles Marie de La Condamine, de la Academia de Ciencias de París, el más destacado integrante de la Primera Misión Geodésica que vino en 1736 a la entonces Real Audiencia de Quito, en su libro Diario del viaje al Ecuador, traducido al español y editado por Eloy Soria Sánchez en el marco del Coloquio por el 250 Aniversario de ese acontecimiento, en 1986, registró ‘chimbador’ en la página 156.

La explicación que el sabio francés dio a este apelativo, que lo reconoció de origen quichua, fue la siguiente: “se lo emplea para ‘el que ayuda a pasar’ a fin de llegar al borde opuesto del río”.

Los chimbadores no eran novedad desde edades en que reinaban los incas. Se los fue paulatinamente asociando a la política, en calidad de aquellos individuos que favorecen los intereses de un determinado candidato, participando ellos mismos en la contienda electoral para rebajar los votos de un sector y sumarse a intereses velados de otro, a sabiendas de que jamás podrán por su cuenta alzarse con la victoria en las urnas.

Actualmente, acorde con lo expuesto, la Real Academia de la Lengua Española, en su Diccionario, ha hecho bien en reconocer la acción del chimbador como la del candidato que “no pretende el triunfo en una campaña electoral sino impedir el de otro”.

Con estos antecedentes, se puede calificar como chimbadores a varios de los numerosos candidatos que hubo en la primera vuelta de la elección presidencial y que no tenían mínimas posibilidades de triunfo, además sin estar respaldados por formación académica y experiencia, acordes a la altísima dignidad que aspiraban con audacia desmedida.