¿Quién nos protege?

Una crisis de gabinete provocada, a pocos meses del cambio de gobierno, causa más desconfianza, perplejidad y disentería que el virus porque se nota el modo artimaña de tapar la falta de dignidad, eficiencia y eficacia, de los correligionarios del Régimen para resolver problemas. No es el hecho indignante del reparto de hospitales, el festín de sobreprecios de insumos médicos, o el botín del carné de discapacidad para el fraude aduanero, sino el desenlace corrompido y dilatado del mal manejo de lo público. Una vitrina hostigosa de desgobierno y de la parálisis social ante la corrupción.

El abandono de Otto Sonnenholzner y la renovación en la cúpula de la diplomacia, comunicación gubernamental, de los ministerios de trabajo y vivienda, y de la contratación pública, representan una desembocadura política ajustada a la campaña política 2021. Un gasto de recursos por añadir a la renegociación de la deuda externa pues suma el salario infinito a otro vicepresidente. Una parafernalia mediática que anestesia la miseria que vive la gente, entre hambruna y el terror de enfermarse y caer al vacío. Una propaganda inusual de ‘no votar por los mismos de siempre’ para adormecer al electorado durante lo que dure el drama por la mortandad en los hospitales.

Casi como el pedido del grupo de obispos que piden el dióxido de cloro como cura para el coronavirus cuando en EEUU se les acusa de fraude y conspiración a los promotores del producto ‘blanqueador tóxico’; que bajo difusión de ‘Génesis II, iglesia de Salud y Curación’, una entidad creada para evitar regulaciones, difunde la ‘solución mineral milagrosa’. Algo infame el creer en ‘fake news’; tan ‘falso y peligro’, como sostiene la agencia federal de la Administración de Alimentos y Fármacos (FDA, en inglés).

Otro engaño similar al uso de pruebas polémicas o inservibles para localizar la propagación del Covid-19 en Quito. Esa falta de equipos y tanques de oxígeno para enfermos críticos y la instalación de carpas improvisadas cuando hay lugares propicios abandonados como la estratégica Clínica Pichincha inutilizada. Un municipio, con sentido común, la usaría para cuidados intensivos, salvar vidas y ampliar servicios de salud. Parece fácil: ¡mascarilla, distanciamiento y lavado de manos! Sin embargo, la interminable secuencia de desaciertos de la autoridad genera una cultura de indolencia e indisciplina ciudadana expresada en la apatía y relajamiento de barrios y veredas.

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