Deuda con la educación…

La educación en línea, como suceso inesperado y de discurso de remediación del régimen ante la crisis sanitaria, no está funcionando porque los programas escolares jamás estuvieron diseñados para la enseñanza a distancia y peor aún como una adaptación, a priori, que trató de salvar el momento.

Cuando se habla de planes y programas presenciales, efectivamente son eso. Desarrollos curriculares que funcionan con maestros y alumnos en una aula de clase, pues las expresiones y el lenguaje corporal, a más del control que el profesor puede tener sobre sus clases, tareas y comportamiento de sus alumnos, tienen efecto en ese escenario.

Aun en los casos en los que la dotación tecnológica es generosa y reconocible la sapiencia de los nativos digitales, este remedio virtual nos queda debiendo, porque o se necesita un apoyo constante de los progenitores y una madurez emocional de los jóvenes, para mantener por mutuo propio la concentración debida y la responsabilidad frente a tareas y evaluaciones que a distancia y en línea pueden ser aun plagiadas con facilidad.

Qué decir del sistema universitario, en el que la formación profesional amerita un aprendizaje autónomo en un porcentaje, pero como resultado de las reuniones entre alumnos y docentes, para generar las necesidades de ampliar los horizontes fuera del aula y por consiguiente, vía pasantías, lecturas digitales y más posibilidades académicas y técnicas, conseguir la profesionalización exitosa de los educandos.

El problema más grave se presenta para las mayorías que por debilidades económicas o por habitar en zonas alejadas, carentes de señal y tecnología, se ven totalmente perjudicadas y ajenas a este experimento no pensado, que solamente resulta un discurso propagandístico del régimen.

En los dos casos, en los sectores pudientes y en los humildes, la educación es uno de los aspectos más perjudicados por la pandemia y la corrupción. La primera, ciertamente fue insalvable, pero la deshonestidad y el robo, absolutamente meditados y orquestados por tanto pícaro que medra miserablemente del dinero con el que se atendería tanta necesidad popular.

Ante esta encrucijada, algunas lecciones nos quedan: primero, entender la importancia de educar a los adultos de mañana y por tanto de dotar de recursos para sueldos realmente dignos a los maestros, circunstancia que volvería atractiva a esta profesión entre jóvenes brillantes que aportarían exitosamente en ese campo, y luego la imperiosa necesidad de invertir en infraestructura, recursos y tecnología educativa, de lo contrario seguiremos sumidos en el subdesarrollo y al acecho de la infame corruptela.

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