La Pachanga

La impactante noticia, una más sobre la desvergüenza en el ejercicio de la función pública: La sede de la Embajada ecuatoriana en Londres convertida en chingana. Compiten en las contorciones de la danza, entre otros, un canciller de la República, un destacado juez internacional, un controversial hacker y un empresario. La animada celebración le significa al erario nacional 6.557 dólares, además de los costos de viaje de la comisión que llega desde la mitad del mundo al festejo.

Decía Juan Montalvo: “Las contribuciones desviadas de su objeto son fraudes que el magistrado prevaricador comete en contra de los ciudadanos” y apostillaba: “Robar a la Nación es robar a todos; el que la roba es dos, cuatro, diez veces ladrón … El que roba al Estado a todos roba, y todos deben perseguirle por derecho propio y por derecho público… ¿Conque el sudor de la frente del pueblo es para los apetitos y gulas de un hombre, un mal hombre que está cultivando la soberbia y engordando la codicia?”.

Hay en el país una enorme ausencia de liderazgo político. Se omite el hecho de que los estadistas (presidentes, asambleístas, prefectos, alcaldes, fiscales, jueces…) son las personas que definen el ‘ethos’ moral de la sociedad, estableciendo estándares de comportamiento con sus conductas y con la motivación para ser imitados. No existe verdadero liderazgo sin fundamentos morales. La buena marcha de una nación exige ‘lideres morales’.

Los valores mínimos que deben exhibir las autoridades de elección popular son el decoro, caracterizado por el cumplimiento estricto de las normas y respeto de las personas; transparencia en su actuar y decir; la honra, el recato, la formalidad, el pudor, la modestia y honestidad. Relacionada con el decoro, la decencia; es decir, la dignidad en los actos y en las palabras y la integridad en el accionar público y particular.

El proverbio chino, ‘El pescado se pudre por la cabeza’, explica claramente lo que ha sucedido en el Ecuador desde hace mucho tiempo, pero al extremo de la desvergüenza en los últimos quince años. La podredumbre de las cúpulas políticas ha contaminado de manera agresiva y acelerada al conjunto del aparato estatal y amenaza al resto de la sociedad.

Montalvo advierte: “Donde no hay quien o quienes lo contrarreste, el ímpetu de los malvados tiene fuerza de destrucción; el demonio sopla sobre ellos, y los vuelve terremotos y huracanes”. Y contrasta: “Ahora mirad por ese lado: allí vienen dos hombres; el uno es el presidente de la República, el otro, su ministro. Ni lanzas, ni bayonetas, ni espadas desenvainadas en torno suyo: las virtudes son su fuerza…”. No asoma lastimosamente en el país alguien que permita ese contraste.