América Latina incendiada

Paco Moncayo Gallegos

Josep Borrell, alto representante para la política exterior de la Unión Europea, reclamó, hace pocos días, mucha más atención hacia una América Latina “incendiada”, donde “se mezclan conflictos étnicos, sociales y políticos” ante los que Europa no debería permanecer indiferente.

Borrell tiene razón. América Latina ha caído en el imperdonable error de no administrar sensatamente los ciclos de precios altos de sus recursos exportables, como el de 2002- 2011, cuando, si bien se logró reducir la pobreza del 45 al 27% y la indigencia del 12 al 8%, no se diseñó un sistema sostenible de crecimiento y redistribución. En 2012, al caer los precios de sus exportaciones, bajaron los ingresos, se elevaron los déficits presupuestarios, se incrementó la deuda, se elevó el riesgo de los países y cayó el empleo, creció la pobreza y desmejoraron los servicios del Estado a la población.

Por otra parte, el discurso populista demagógico elevó las expectativas de las personas sobre un mejoramiento continuo que, al no producirse, derivó en un agudo sentimiento de frustración que se ha expresado a través de manifestaciones violentas generalizadas de las que quieren aprovecharse, en casos como el ecuatoriano, los mismos políticos irresponsables que crearon la angustiosa situación actual.

Lo grave de lo acontecido es el desencanto generalizado, especialmente en los jóvenes, con la Democracia. Según las encuestas de Gallup, 7 de cada 10 latinoamericanos están insatisfechos con este sistema; el promedio de confianza en las funciones ejecutiva, legislativa y judicial fluctúa alrededor de un 23% y en los partidos políticos confía apenas el 13% de la población. La razón del rechazo, según lo expresado por la mayoría, es la ineficacia de los gobiernos para mejorar las condiciones de vida de las personas.

Es urgente, si no se quiere ingresar a un período de aún más grave conmoción política y social, corregir estas deficiencias, olvidarse de viejas recetas que cargan el peso de las crisis en los hombros de los sectores más necesitados, y reivindicar la Democracia, con su ideal de ‘libertad, igualdad y confraternidad’, como la única forma de preservar la paz.

[email protected]>

Paco Moncayo Gallegos

Josep Borrell, alto representante para la política exterior de la Unión Europea, reclamó, hace pocos días, mucha más atención hacia una América Latina “incendiada”, donde “se mezclan conflictos étnicos, sociales y políticos” ante los que Europa no debería permanecer indiferente.

Borrell tiene razón. América Latina ha caído en el imperdonable error de no administrar sensatamente los ciclos de precios altos de sus recursos exportables, como el de 2002- 2011, cuando, si bien se logró reducir la pobreza del 45 al 27% y la indigencia del 12 al 8%, no se diseñó un sistema sostenible de crecimiento y redistribución. En 2012, al caer los precios de sus exportaciones, bajaron los ingresos, se elevaron los déficits presupuestarios, se incrementó la deuda, se elevó el riesgo de los países y cayó el empleo, creció la pobreza y desmejoraron los servicios del Estado a la población.

Por otra parte, el discurso populista demagógico elevó las expectativas de las personas sobre un mejoramiento continuo que, al no producirse, derivó en un agudo sentimiento de frustración que se ha expresado a través de manifestaciones violentas generalizadas de las que quieren aprovecharse, en casos como el ecuatoriano, los mismos políticos irresponsables que crearon la angustiosa situación actual.

Lo grave de lo acontecido es el desencanto generalizado, especialmente en los jóvenes, con la Democracia. Según las encuestas de Gallup, 7 de cada 10 latinoamericanos están insatisfechos con este sistema; el promedio de confianza en las funciones ejecutiva, legislativa y judicial fluctúa alrededor de un 23% y en los partidos políticos confía apenas el 13% de la población. La razón del rechazo, según lo expresado por la mayoría, es la ineficacia de los gobiernos para mejorar las condiciones de vida de las personas.

Es urgente, si no se quiere ingresar a un período de aún más grave conmoción política y social, corregir estas deficiencias, olvidarse de viejas recetas que cargan el peso de las crisis en los hombros de los sectores más necesitados, y reivindicar la Democracia, con su ideal de ‘libertad, igualdad y confraternidad’, como la única forma de preservar la paz.

[email protected]>

Paco Moncayo Gallegos

Josep Borrell, alto representante para la política exterior de la Unión Europea, reclamó, hace pocos días, mucha más atención hacia una América Latina “incendiada”, donde “se mezclan conflictos étnicos, sociales y políticos” ante los que Europa no debería permanecer indiferente.

Borrell tiene razón. América Latina ha caído en el imperdonable error de no administrar sensatamente los ciclos de precios altos de sus recursos exportables, como el de 2002- 2011, cuando, si bien se logró reducir la pobreza del 45 al 27% y la indigencia del 12 al 8%, no se diseñó un sistema sostenible de crecimiento y redistribución. En 2012, al caer los precios de sus exportaciones, bajaron los ingresos, se elevaron los déficits presupuestarios, se incrementó la deuda, se elevó el riesgo de los países y cayó el empleo, creció la pobreza y desmejoraron los servicios del Estado a la población.

Por otra parte, el discurso populista demagógico elevó las expectativas de las personas sobre un mejoramiento continuo que, al no producirse, derivó en un agudo sentimiento de frustración que se ha expresado a través de manifestaciones violentas generalizadas de las que quieren aprovecharse, en casos como el ecuatoriano, los mismos políticos irresponsables que crearon la angustiosa situación actual.

Lo grave de lo acontecido es el desencanto generalizado, especialmente en los jóvenes, con la Democracia. Según las encuestas de Gallup, 7 de cada 10 latinoamericanos están insatisfechos con este sistema; el promedio de confianza en las funciones ejecutiva, legislativa y judicial fluctúa alrededor de un 23% y en los partidos políticos confía apenas el 13% de la población. La razón del rechazo, según lo expresado por la mayoría, es la ineficacia de los gobiernos para mejorar las condiciones de vida de las personas.

Es urgente, si no se quiere ingresar a un período de aún más grave conmoción política y social, corregir estas deficiencias, olvidarse de viejas recetas que cargan el peso de las crisis en los hombros de los sectores más necesitados, y reivindicar la Democracia, con su ideal de ‘libertad, igualdad y confraternidad’, como la única forma de preservar la paz.

[email protected]>

Paco Moncayo Gallegos

Josep Borrell, alto representante para la política exterior de la Unión Europea, reclamó, hace pocos días, mucha más atención hacia una América Latina “incendiada”, donde “se mezclan conflictos étnicos, sociales y políticos” ante los que Europa no debería permanecer indiferente.

Borrell tiene razón. América Latina ha caído en el imperdonable error de no administrar sensatamente los ciclos de precios altos de sus recursos exportables, como el de 2002- 2011, cuando, si bien se logró reducir la pobreza del 45 al 27% y la indigencia del 12 al 8%, no se diseñó un sistema sostenible de crecimiento y redistribución. En 2012, al caer los precios de sus exportaciones, bajaron los ingresos, se elevaron los déficits presupuestarios, se incrementó la deuda, se elevó el riesgo de los países y cayó el empleo, creció la pobreza y desmejoraron los servicios del Estado a la población.

Por otra parte, el discurso populista demagógico elevó las expectativas de las personas sobre un mejoramiento continuo que, al no producirse, derivó en un agudo sentimiento de frustración que se ha expresado a través de manifestaciones violentas generalizadas de las que quieren aprovecharse, en casos como el ecuatoriano, los mismos políticos irresponsables que crearon la angustiosa situación actual.

Lo grave de lo acontecido es el desencanto generalizado, especialmente en los jóvenes, con la Democracia. Según las encuestas de Gallup, 7 de cada 10 latinoamericanos están insatisfechos con este sistema; el promedio de confianza en las funciones ejecutiva, legislativa y judicial fluctúa alrededor de un 23% y en los partidos políticos confía apenas el 13% de la población. La razón del rechazo, según lo expresado por la mayoría, es la ineficacia de los gobiernos para mejorar las condiciones de vida de las personas.

Es urgente, si no se quiere ingresar a un período de aún más grave conmoción política y social, corregir estas deficiencias, olvidarse de viejas recetas que cargan el peso de las crisis en los hombros de los sectores más necesitados, y reivindicar la Democracia, con su ideal de ‘libertad, igualdad y confraternidad’, como la única forma de preservar la paz.

[email protected]>