Bolívar, soy yo

Pablo Escandón Montenegro

Es el título de una película colombiana en la cual un actor se resiste a seguir las líneas del guion planteado por los escritores y no deja que fusilen al Libertador en Santa Marta. “Corte, corte. Así no fue. Así no murió Bolívar”, dice el actor, que a partir de esa acción desencadena una serie de eventos políticos que son considerados como de un enajenado que se cree Bolívar. El actor está consciente de que no es Bolívar, no es el loco que repite el cliché de creerse Napoleón, menos aún el Libertador de la región andina; para él, encarnar a este complejo y mítico hombre va más allá de una interpretación, es eso, encarnar y reencarnar su pensamiento y su obra, por lo que toma decisiones que lo llevan a secuestrar presidentes durante una cumbre.

¿Cuántas veces hemos matado a Bolívar, de otra manera que no sea la real? Cada vez que un proceso integracionista fracasa, cada ocasión que entre ciudadanos de los países liberados miramos y tratamos al otro como a un monstruo. Cada vez que miramos a Europa o a EE.UU. para ratificar nuestra cultura, que no es la propia sino la masificada. Bolivar, soy yo, no es una parodia ni una ficción; es una realidad que cada vez se difumina más entre nosotros, los bolivarianos, que rechazamos este adjetivo por su uso político populista. Ser bolivariano es pensar en comunidad, en el beneficio de todos sus integrantes y no solo en una propuesta programática de efecto personal o electorero. Ser bolivariano es encarnar al libertador como el actor que representa al personaje y quiere cambiar la historia, encarrilarla nuevamente, pero en esta repetición de la historia, existen nuevos y más Santanderes y Flores que Sucres y Manuelitas.
Bolívar es la venezolana vendedora de helados. Bolívar es el peruano que nos vende las aguas medicinales en carrito. Bolívar es la colombiana que nos atiende en un almacén y el boliviano que nos habla del buen vivir.

Bolívar es usted y soy yo.

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