No, no callo

Mariana Velasco

Durante siglos, ser obediente y educada se consideró lo más importante que debía aprender una niña. Incluso hoy. Lo peor que una mujer puede hacer es decir lo que piensa y divulgar ideas que no son ‘apropiadas’. Le recomiendan que es mejor callarse. Ecuador no es atípico. Mientras más fuertes los abusos, menos cree la gente a las víctimas y más difícil es encontrar evidencias materiales.

Son extremas las manifestaciones de las desiguales relaciones de poder entre hombres y mujeres: los hechos demuestran una dinámica social que obliga a las mujeres a quedarse en una posición subordinada y si habla debe ser con timbre de voz agudo y volumen suave.

El espectro completo de la violencia de género abarca también el acoso sexual, la violencia doméstica, la explotación sexual, el quebrantamiento de los derechos reproductivos, los asesinatos para defender la ‘honra’ y las violaciones.

Ni qué decir de todo tipo de amenazas y abusos de poder que dañan a las mujeres física, sicológica, sexual y económicamente, más si denuncian que la misoginia existe en su esfera profesional como casos de acoso o delito sexual cometido por un poderoso. El adjetivo a usar será: ‘ofrecida’.

¿Cuál es la única respuesta aceptable ante estos actos de violencia? ‘Mantener la boca cerrada’, dirán unos cuantos, aunque esto implique cargar con esto por el resto de la vida. La principal preocupación debe ser cómo puede sanar una mujer tras una experiencia traumática y no la responsabilidad y discreción de salvar a los hombres de las acusaciones. Nada es más fácil, en la mayoría de casos, que condenar a una mujer a un limbo social y profesional.

Parecería que caminamos, hablamos y escribimos con un miedo perpetuo… y en el momento en que nos salimos de la raya y tenemos ideas propias, quedamos vulnerables. La vida de una mujer no puede ni deber ser perder-perder: cállate y asiste a terapia, sé firme y que te aíslen, grita y que te castiguen. No, no me callo.

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