Apenas pobres

Una de las mejores cosas que un habitante de los Andes puede hacer por su autoestima y salud mental es desprenderse de las visiones de los procesos “coloniales” o “de dominación” provenientes de otras latitudes.

Lo que sucedió en los Andes es muy diferente a lo que pasó en las plantaciones de Brasil, el Caribe o el sur de los Estados Unidos. En ningún momento se abrazó aquí una economía agroexportadora esclavista, con toda la descomposición social y degradación humana que conlleva el oficio de comprar, vender, consumir y desechar personas. Asimismo, no hubo en los Andes, como evidencia la genética, el genocidio deliberado, justificado y sistemático de pueblos originarios que sí se produjo en aquellos lugares.

Tampoco es comparable con lo que sucedió en África. La aventura colonial de la Europa industrializada allí duró menos de un siglo y estuvo marcada por un espíritu abiertamente racista y rapaz; se dio además sobre poblaciones locales numerosas y cohesionadas que conservan su idioma y sus costumbres hasta hoy. La experiencia andina, en contraste, implicó la completa anexión del territorio, un mestizaje profundo y duró casi tres siglos; se construyó, además, sobre los escombros humanos y culturales que mal sobrevivieron a la peor, aunque accidental, ofensiva con armas biológicas que haya visto la especie humana.

Es un monumento a la determinación humana el que tras semejante catástrofe, en una tierra tan dura y tan lejana, algo haya vuelto a florecer, aunque hayan sido necesarios cuatro siglos para que la población alcanzara la dimensión previa a la llegada de los europeos y sus microbios. No se puede negar que el hombre blanco vino aquí movido por el fanatismo religioso, la sed de gloria y la codicia, ni que la tez cobriza sería, durante siglos, casi una garantía de pobreza. Sin embargo, tampoco se puede negar el sincero arraigo que surgió hacia la tierra, la cultura, la lengua y la fe, tanto entre advenedizos como entre los sobrevivientes.

Hoy todos los habitantes de esta tierra estamos en el mismo barco, cada vez más pobres y aislados con relación al resto del mundo. Nuestro pasado occidental resulta cada vez más distante y nominal. Si no somos capaces de superar las taras raciales que hoy nos dividen, dentro de poco al mundo ya no le importará cuán blancos o indios seamos. Apenas seremos pobres.

Daniel Márquez Soares

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