Quito: en busca de la identidad perdida

Desde hace algunos años la capital ecuatoriana ha dejado de ser lo que siempre fue: una orgullosa urbe llena de historia, patrimonio y cultura, que se preciaba por haber sido declarada por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1978, siendo la primera en el mundo en lograr tal distinción.

Hasta no hace mucho Quito se vanagloriaba de ser la cuna del último soberano del Imperio de los Incas -Atahualpa- y de haber sido la ciudad colonial española de donde partieron las misiones de exploración, descubrimiento y evangelización de la cuenca del Amazonas, iniciadas tras el hito de Francisco de Orellana y su descubrimiento del “río mar”, el 12 de febrero de 1541.

La identidad mestiza crecía altivamente, con testimonios de la presencia de las culturas aborígenes de los kitu-caras, los incas y los españoles. Esa ciudad carece, desde hace mucho, de esencia, razón de ser y liderazgo, tras la llegada al poder de Rafael Correa y su alcalde apéndice, Augusto Barrera, pero también de sus sucesores, Rodas y Yunda. Ser alcalde de Quito era plataforma presidencial. A Chiriboga Villagómez, Del Castillo, Durán Ballén, Paz, Mahuad y Moncayo se los recuerda con respeto.

Pero hoy Quito es una ciudad soñolienta, que no reacciona cuando la asaltan, como ocurrió en octubre de 2019, porque el alcalde desapareció. Esto sucede con desesperante frecuencia, porque son atacados sus monumentos históricos, mientras que sus iglesias patrimoniales están en riesgo de que extremistas de cualquiera de los “ismos” las agredan, como pasó en Chile.

La ciudad es un mercado de ventas ambulantes, desaseada, desordenada y llena de almas en pena sin objetivos. Una urbe que se preciaba de tener mejores alcaldes que presidentes y sobre la que en los últimos tres períodos se abatió una plaga de personajes corruptos, indolentes e incompetentes.

Quito no celebra las fiestas tradicionales. No recuerda la fundación española, la batalla del Pichincha o el grito de independencia. Sus próceres no son evocados y, por el contrario, no faltan los tarados que quieren echar abajo monumentos en nombre de un supuesto genocidio (porque más nativos murieron por pestes que por crímenes).

Ese Quito de los ancestros nativos, españoles y mestizos que cedió el paso a una ciudad sin alma, destino ni identidad. En la actualidad, Quito es caldo de cultivo para cualquier populista, demagogo u oportunista. Y como, desde hace algunos años, los quiteños no eligen bien, podrían reincidir en 2021.