‘Me cuestiono, luego existo’

Somos el resultado de un proceso evolutivo interno, de aquello que aprendemos, leemos, descubrimos y escuchamos, de las personas que nos rodean, de las experiencias que vivimos y de la sociedad en la que crecemos.

El acceso a la información nos permite comentar, argumentar y polemizar acerca de lo que sabemos, lo que no sabemos y de lo que suponemos, sin tomar en cuenta que nos hace falta cuestionar. Lo único permanente en la vida es el cambio, y así, las creencias sociales, políticas, religiosas, económicas y morales, las prácticas y las realidades, también cambian.

Cuestionar debe ser un ejercicio continuo y constructivo, y con un enfoque en una permanente retroalimentación. No implica demostrar que el uno es experto y el otro un ignorante; la superioridad moral nos vuelve conflictivos y nos resta capacidad para discernir, aprender, dialogar y decidir en consenso. Cuestionar cobra vida cuando vemos las cosas desde un crisol diferente, utilizamos una nueva perspectiva y ponemos sobre la mesa un paraguas de posibilidades sobre un tema, aportando y sumando, nunca al contrario.

“No confío en las personas que no se cuestionan, en aquellas que viven en un maniqueísmo constante”, escuché de una amiga. El absolutismo nunca ha sido la solución a las interrogantes sociales sobre la multiplicidad de necesidades que nos planteamos. No cuestionarnos sobre todo aquello que concebimos como verdad absoluta, es una amenaza para la humanidad.

Para los enemigos del cuestionamiento, les dejo con la interrogante que tuvieron nuestros antecesores durante siglos… si quienes descubrieron la forma esférica de la tierra, nunca hubiesen sentido la necesidad de cuestionarse ¿seguiríamos pensando que el mundo es cuadrado o plano (como la mente de muchos de nosotros)?
@domenicacobof