¿Qué ha cambiado?

Cuando el pueblo ecuatoriano se cansó de un Congreso lleno de figuras de la politiquería, de la farándula, humoristas, cantantes y guardaespaldas, decidió poner fin a la manera de ejercer el poder como les daba la regalada gana y dijo «todos fuera».

Muchas voces se hicieron escuchar, se realizaron marchas y concentraciones. Todos, de alguna manera, demostraron su inconformidad ante la manera de hacer del cargo legislativo una tribuna para la componenda, los pactos bajo la mesa, los acomodos y el arma de venganza para saldar cuentas pendientes.

¿Además del nombre, cuánto ha cambiado este poder del Estado? ¿La calidad de sus integrantes ha mejorado? Los ‘debates’ de hoy reflejan la incapacidad y el cinismo de quienes dicen representarnos en la Asamblea Nacional, se repiten los personajes de diferentes épocas y muchos de los ‘nuevos’ tienen la escuela del pasado; las cuotas de poder muy bien concertadas siguen comprando conciencias a cambio de canonjías y cuotas de poder.

Han roto los límites de la decencia; lo que antes era un acto de corrupción o terrorismo, hoy se cubre muy fácilmente con alianzas, acuerdos, grilletes o presentaciones periódicas ante la justicia, mientras conviven en lujosas mansiones, embajadas, si no fugaron ya del país. ¿Puede esta gente darnos lecciones de moral, honestidad o decencia?

Una persona digna jamás podrá perdonarse el acceder a un cargo que no conoce, no sabe o para el que nunca estuvo preparada. El honor y la satisfacción están en saber trabajar con pudor a pesar de las condiciones y dificultades. La moral reconoce como única frontera la dignidad que las personas de bien pueden exponer en su vida pública. El cargo nunca hace a la persona, cada individuo hace el cargo a la medida de su personalidad. La Asamblea le ha fallado al país, lo dicen las encuestas serias. La delincuencia organizada ha destruido la ética, la moral y la decencia de una institución creada para legislar y fiscalizar, pero que va debiéndole a la ciudadanía.

Estas elecciones son la oportunidad para que elijamos a los mejores candidatos que puedan cumplir a cabalidad el rol que exige un Estado de derecho.

Rodrigo Contero Peñafiel