La vida le robó la luz de la esperanza

Solidaridad. Rosita Ordóñez pide ayuda para ella y la pequeña familia que la acogió.
Solidaridad. Rosita Ordóñez pide ayuda para ella y la pequeña familia que la acogió.

La mañana deslumbra con un fuerte sol que ilumina cada rincón de la casa, un lugar con mucho espacio y al fondo del pasillo la tierna voz de una bebé que balbucea algunas palabras.

Los juguetes de la pequeña permanecen regados en el piso, legos amarillos, rojos y azules, pelotas de colores que brillan con la luz, figuras que llaman la atención, pero que Rosita Ordóñez puede verlos solo en su imaginación, como recuerdos, pues la crueldad de un tipo de diabetes le robó la posibilidad de ver.

El olor tenue de un café que alcanzaron a tomar en la mañana aún circulaba en el recinto, será una de las pocas comidas que logren llevarse a la boca, mientras el eco de una alabanza se escucha a lo lejos como una melodía de reflexión y melancolía, era la misa dominical que se emitía por altos parlantes en la iglesia parroquial, lugar de oración al que Rosita ya no puede ir por su imposibilidad de ver y la grave enfermedad que le sigue quitando cosas.

Tragedia

Con apenas 28 años ella recuerda que de niña soñaba con una familia, tener un trabajo, en fin, una vida normal, sin embargo, el destino se encargó de ensañarse con ella y ponerla a prueba a cada instante.

De su familia prefiere no hablar, solo sabe que se quedó sola en el mundo, más aún cuando hace un par de años le diagnosticaron glaucoma a raíz de una diabetes que padece desde los 11 años.

Recuerda que con ese diagnóstico su salud fue decayendo, pero formó una familia, donde experimentó la más grande experiencia de la crueldad humana, pues su pareja la abandonó en un hospital de Machachi llevándose a su pequeña hija de 5 años.

Es en ese lapso de su vida donde sintió desfallecer, donde pensó que todo estaba perdido, sumida en la ceguera, enferma, abandonada y llena de dolor. Creía que el olvido la alcanzaría, pero no el olvido remediable del corazón o de la mente, si no aquel olvido cruel de la muerte solitaria.

Esperanza

Fueron los médicos quien con una atención compasiva la escuchaban y trataban de ayudarla, pero al no tener a nadie los esfuerzos parecían en vano hasta que lograron contactar a una amiga de Rosita.

“Ha sido la familia que nunca tuve”, dijo y además mencionó que nunca pensó que una amiga le devolvería la luz de esperanza que la vida le quitó.

“Creo que aún hay humanidad, Karen me ha devuelto la esperanza”, mencionó mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas al recordar que muchas veces no tienen ni qué comer.

Ahora Rosita vive en Izamba, al norte de Ambato, donde sobrevive junto a Karen Jiménez y su pequeña bebé.

Con sus pies trata de palpar, de sentir, de reconocer los lugares y ‘ver’ lo que sus ojos ya no se lo permiten y sale a la calle a veces a tratar de vender caramelos o a su vez a recibir la caridad que los vecinos le brindan.

Según contó ha tratado de buscar ayuda en el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES), donde ya le realizaron el registro social pero los días pasan, las necesidades son grandes y las respuestas no llegan. (FCT)

TOME NOTA
Insulina, glucómetro y más medicinas es lo que requiere urgentemente. Quienes deseen ayudar pueden contactarse al 09 99 03 82 06.