No hay reglas para la educación

A un académico de una Universidad de Estados Unidos que le preguntaron la razón de que solo el 10% de los ciudadanos de ese país siguen carreras universitarias, contestó que la verdadera educación no es conocer a fondo matemáticas, filosofía, medicina y otras ciencias sino la realización de la persona, dentro de un amplio criterio de libertad pues “aunque uno pueda llevar el caballo al río, no puede obligarlo a beber”. Es verdad existen artesanos, carpinteros, zapateros, gasfiteros, campesinos que pueden ser sabios, que más han consultado a la vida que a los libros. De los Incas, Aztecas, Mayas, sería anacrónico hablar de universidades, sin embargo eran sabios en agricultura, astrología, medicina.

En el ecuador estamos empeñados desde hace cientos de años en tener una educación de excelencia, pero sin resultados. La razón puede ser que la meta es que los estudiantes lleguen a la Universidad, con o sin vocación. Hay descuido, olvido, indiferencia de la enseñanza en las escuelas y colegios, tanto que se inventó demagógicamente aquello de “ser bachiller” con lo que se dio a entender que la escuela primaria y secundaria proporcionaban educación incompleta. A Napoléon le preguntaron desde qué edad se debía enseñar a los niños y él respondió: “Veinte años antes de que nazcan”, ergo que primero deberían educarse los padres.

Salvo criterios revolucionarios, que toman doctrinas de hace doscientos años como el marxismo, la educación debe ser humanista: crear un ser inquieto, rebelde, curioso (base de la ciencia), que le pueda conducir a científico, artesano o artista en la música, el teatro, la danza, campos en que existen prejuicios y éxitos maravillosos.

La verdadera educación es aprender a no tener miedo de ninguna aventura intelectual o física. Escribir un poema, escalar una montaña o componer un pasillo. Tal vez un joven no quiera “nada” que también es una opción humana, como sostenía Sastre. O como enseñó Jesús en el Sermón de la Montaña: ser “la sal de la tierra”, la “luz del mundo”, o “tener hambre y sed de justicia”, como Ghandi, Tolstoi o el Santo Hermano Miguel.