El ecuatoriano VIII

Patricio Durán

Parece que el ser humano se viene drogando, de una forma u otra, desde la prehistoria, y que también los animales se drogan o estimulan a su manera. Grandes personajes de la historia se drogaban de diferente forma. Los poetas y escritores franceses fueron los más conspicuos consumidores. Honoré de Balzac, antes de escribir ingería litros de café diariamente, Charles Baudelaire hizo de las drogas su segunda profesión –o quizás la primera-. Paul Verlaine le entraba al ajenjo, los norteamericanos Ernest Hemingway y Charles Bukouski al alcohol, los escritores antiguos a la mandrágora, como excitante sexual. Solo que la droga, la que sea, pone al genio o al creador a la altura de sí mismo, le salva de la condición mediocre, en tanto que, para el resto de los consumidores, cualquier droga no es sino “pasivizante”, evasiva, “desestructurante” de la personalidad.

Hay quien se droga por gusto, quien se droga para huir del estrés y quien se droga para crear. En este último caso podríamos hablar de la droga como cultura -y de la cultura como droga-. El ecuatoriano, tradicionalmente, se envalentonaba y desvirgaba con una botella entera de aguardiente. Hoy lo hace con una sobredosis de “diosa verde”.

La literatura ecuatoriana ha sido una literatura principalmente de cigarrillo y café, aunque los escritores de la generación decapitada le entraban al opio. Consumían sustancias adictivas para aliviar los síntomas de la ansiedad y la depresión, además de buscar iluminación espiritual. Otros mezclaron musas, alcohol y drogas. Personalmente creo que la mejor musa es la de carne y hueso.

El cuerpo suministra sus propios venenos y sus propias drogas al cerebro, más tendríamos que hacer nuestra la frase del Claudio de Robert Graves: “Dejemos que nos invadan todos los venenos que acechan en el fango”. Continuará.

Patricio Durán

Parece que el ser humano se viene drogando, de una forma u otra, desde la prehistoria, y que también los animales se drogan o estimulan a su manera. Grandes personajes de la historia se drogaban de diferente forma. Los poetas y escritores franceses fueron los más conspicuos consumidores. Honoré de Balzac, antes de escribir ingería litros de café diariamente, Charles Baudelaire hizo de las drogas su segunda profesión –o quizás la primera-. Paul Verlaine le entraba al ajenjo, los norteamericanos Ernest Hemingway y Charles Bukouski al alcohol, los escritores antiguos a la mandrágora, como excitante sexual. Solo que la droga, la que sea, pone al genio o al creador a la altura de sí mismo, le salva de la condición mediocre, en tanto que, para el resto de los consumidores, cualquier droga no es sino “pasivizante”, evasiva, “desestructurante” de la personalidad.

Hay quien se droga por gusto, quien se droga para huir del estrés y quien se droga para crear. En este último caso podríamos hablar de la droga como cultura -y de la cultura como droga-. El ecuatoriano, tradicionalmente, se envalentonaba y desvirgaba con una botella entera de aguardiente. Hoy lo hace con una sobredosis de “diosa verde”.

La literatura ecuatoriana ha sido una literatura principalmente de cigarrillo y café, aunque los escritores de la generación decapitada le entraban al opio. Consumían sustancias adictivas para aliviar los síntomas de la ansiedad y la depresión, además de buscar iluminación espiritual. Otros mezclaron musas, alcohol y drogas. Personalmente creo que la mejor musa es la de carne y hueso.

El cuerpo suministra sus propios venenos y sus propias drogas al cerebro, más tendríamos que hacer nuestra la frase del Claudio de Robert Graves: “Dejemos que nos invadan todos los venenos que acechan en el fango”. Continuará.

Patricio Durán

Parece que el ser humano se viene drogando, de una forma u otra, desde la prehistoria, y que también los animales se drogan o estimulan a su manera. Grandes personajes de la historia se drogaban de diferente forma. Los poetas y escritores franceses fueron los más conspicuos consumidores. Honoré de Balzac, antes de escribir ingería litros de café diariamente, Charles Baudelaire hizo de las drogas su segunda profesión –o quizás la primera-. Paul Verlaine le entraba al ajenjo, los norteamericanos Ernest Hemingway y Charles Bukouski al alcohol, los escritores antiguos a la mandrágora, como excitante sexual. Solo que la droga, la que sea, pone al genio o al creador a la altura de sí mismo, le salva de la condición mediocre, en tanto que, para el resto de los consumidores, cualquier droga no es sino “pasivizante”, evasiva, “desestructurante” de la personalidad.

Hay quien se droga por gusto, quien se droga para huir del estrés y quien se droga para crear. En este último caso podríamos hablar de la droga como cultura -y de la cultura como droga-. El ecuatoriano, tradicionalmente, se envalentonaba y desvirgaba con una botella entera de aguardiente. Hoy lo hace con una sobredosis de “diosa verde”.

La literatura ecuatoriana ha sido una literatura principalmente de cigarrillo y café, aunque los escritores de la generación decapitada le entraban al opio. Consumían sustancias adictivas para aliviar los síntomas de la ansiedad y la depresión, además de buscar iluminación espiritual. Otros mezclaron musas, alcohol y drogas. Personalmente creo que la mejor musa es la de carne y hueso.

El cuerpo suministra sus propios venenos y sus propias drogas al cerebro, más tendríamos que hacer nuestra la frase del Claudio de Robert Graves: “Dejemos que nos invadan todos los venenos que acechan en el fango”. Continuará.

Patricio Durán

Parece que el ser humano se viene drogando, de una forma u otra, desde la prehistoria, y que también los animales se drogan o estimulan a su manera. Grandes personajes de la historia se drogaban de diferente forma. Los poetas y escritores franceses fueron los más conspicuos consumidores. Honoré de Balzac, antes de escribir ingería litros de café diariamente, Charles Baudelaire hizo de las drogas su segunda profesión –o quizás la primera-. Paul Verlaine le entraba al ajenjo, los norteamericanos Ernest Hemingway y Charles Bukouski al alcohol, los escritores antiguos a la mandrágora, como excitante sexual. Solo que la droga, la que sea, pone al genio o al creador a la altura de sí mismo, le salva de la condición mediocre, en tanto que, para el resto de los consumidores, cualquier droga no es sino “pasivizante”, evasiva, “desestructurante” de la personalidad.

Hay quien se droga por gusto, quien se droga para huir del estrés y quien se droga para crear. En este último caso podríamos hablar de la droga como cultura -y de la cultura como droga-. El ecuatoriano, tradicionalmente, se envalentonaba y desvirgaba con una botella entera de aguardiente. Hoy lo hace con una sobredosis de “diosa verde”.

La literatura ecuatoriana ha sido una literatura principalmente de cigarrillo y café, aunque los escritores de la generación decapitada le entraban al opio. Consumían sustancias adictivas para aliviar los síntomas de la ansiedad y la depresión, además de buscar iluminación espiritual. Otros mezclaron musas, alcohol y drogas. Personalmente creo que la mejor musa es la de carne y hueso.

El cuerpo suministra sus propios venenos y sus propias drogas al cerebro, más tendríamos que hacer nuestra la frase del Claudio de Robert Graves: “Dejemos que nos invadan todos los venenos que acechan en el fango”. Continuará.