Rebelión y barbarie

Kléber Mantilla Cisneros

La hecatombe de octubre 2019 representa, en la historia, 11 días violentos de fracaso y gloria para derogar el Decreto 883 que pretendía la eliminación de subsidios a los combustibles y subía en efecto los precios de los alimentos. Un suceso inverosímil, error político o no, enfrentó variopinto.

El oficialismo poderoso sin ser arbitrario, tras la figura del presidente Lenín Moreno, apoyado por élites económicas y algunos medios de prensa al servicio del capital, que direccionaron el aparato militar y policial con sus excesos, muertos y heridos.

Por otro, el rechazo masivo que fue repelido por horas y días, agotó su esencia, e inició con un paro de transportistas, aglutinó la fuerza social de grupos de campesinos, estudiantes y trabajadores; y, desató la presión indigenista intercalada al populismo vulgar, macabro y golpista del correísmo oportunista.

Esas medidas económicas, que buscaban contrarrestar el desbordante endeudamiento, déficit fiscal y bajísimo crecimiento, rayaron en la inconformidad radical. De hecho, el reclamo popular tiene unos límites y la desestabilización democrática es el precipicio al caos.

Pronto, se denunció al ideólogo del plan, quizás financiador y ejecutor: el ‘tirano eterno’ del ático belga obscuro con varios satélites de infiltrados, cuyo siniestro buscaba estropear el orden civil y el Estado de derecho para evitar que continúen los juicios penales en su contra. Quemó la Contraloría y vivarachos de sus camaradas corrieron a buscar asilo en la embajada de México. Otros, a tiempo, fueron apresados.

Aquél discurso político violento y cansino de una década explotó en su real magnitud. Vandalismo y barbarie multifacética que como eran reiterados hasta parecían derecho. Esta vez, con saboteadores de oficio, delincuentes encaminados, encapuchados posando de estudiantes, apedreadores de periodistas, pirómanos de canales de tv, guerrilleros urbano-destructores, demoledores de patrimonios y los árboles centenarios, saqueadores impúdicos, correístas vándalos brutales y racistas libaneses de tarima, repudiables mutantes insultadores, zombis de atentados irresueltos. En fin, la guerra del terrorismo organizado, importada y atroz, contra lo que es común a todos: paz, justicia y libertad.

Pese a ser marginada, de un acuerdo con sabor a chantaje público, la clase media quiteña ahí: demasiado tolerante, sobria, solidaria, valiente y reconstructora; pero, harta de la violencia, injusticia e indignidad humana. ¡Basta!

[email protected]

Kléber Mantilla Cisneros

La hecatombe de octubre 2019 representa, en la historia, 11 días violentos de fracaso y gloria para derogar el Decreto 883 que pretendía la eliminación de subsidios a los combustibles y subía en efecto los precios de los alimentos. Un suceso inverosímil, error político o no, enfrentó variopinto.

El oficialismo poderoso sin ser arbitrario, tras la figura del presidente Lenín Moreno, apoyado por élites económicas y algunos medios de prensa al servicio del capital, que direccionaron el aparato militar y policial con sus excesos, muertos y heridos.

Por otro, el rechazo masivo que fue repelido por horas y días, agotó su esencia, e inició con un paro de transportistas, aglutinó la fuerza social de grupos de campesinos, estudiantes y trabajadores; y, desató la presión indigenista intercalada al populismo vulgar, macabro y golpista del correísmo oportunista.

Esas medidas económicas, que buscaban contrarrestar el desbordante endeudamiento, déficit fiscal y bajísimo crecimiento, rayaron en la inconformidad radical. De hecho, el reclamo popular tiene unos límites y la desestabilización democrática es el precipicio al caos.

Pronto, se denunció al ideólogo del plan, quizás financiador y ejecutor: el ‘tirano eterno’ del ático belga obscuro con varios satélites de infiltrados, cuyo siniestro buscaba estropear el orden civil y el Estado de derecho para evitar que continúen los juicios penales en su contra. Quemó la Contraloría y vivarachos de sus camaradas corrieron a buscar asilo en la embajada de México. Otros, a tiempo, fueron apresados.

Aquél discurso político violento y cansino de una década explotó en su real magnitud. Vandalismo y barbarie multifacética que como eran reiterados hasta parecían derecho. Esta vez, con saboteadores de oficio, delincuentes encaminados, encapuchados posando de estudiantes, apedreadores de periodistas, pirómanos de canales de tv, guerrilleros urbano-destructores, demoledores de patrimonios y los árboles centenarios, saqueadores impúdicos, correístas vándalos brutales y racistas libaneses de tarima, repudiables mutantes insultadores, zombis de atentados irresueltos. En fin, la guerra del terrorismo organizado, importada y atroz, contra lo que es común a todos: paz, justicia y libertad.

Pese a ser marginada, de un acuerdo con sabor a chantaje público, la clase media quiteña ahí: demasiado tolerante, sobria, solidaria, valiente y reconstructora; pero, harta de la violencia, injusticia e indignidad humana. ¡Basta!

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Kléber Mantilla Cisneros

La hecatombe de octubre 2019 representa, en la historia, 11 días violentos de fracaso y gloria para derogar el Decreto 883 que pretendía la eliminación de subsidios a los combustibles y subía en efecto los precios de los alimentos. Un suceso inverosímil, error político o no, enfrentó variopinto.

El oficialismo poderoso sin ser arbitrario, tras la figura del presidente Lenín Moreno, apoyado por élites económicas y algunos medios de prensa al servicio del capital, que direccionaron el aparato militar y policial con sus excesos, muertos y heridos.

Por otro, el rechazo masivo que fue repelido por horas y días, agotó su esencia, e inició con un paro de transportistas, aglutinó la fuerza social de grupos de campesinos, estudiantes y trabajadores; y, desató la presión indigenista intercalada al populismo vulgar, macabro y golpista del correísmo oportunista.

Esas medidas económicas, que buscaban contrarrestar el desbordante endeudamiento, déficit fiscal y bajísimo crecimiento, rayaron en la inconformidad radical. De hecho, el reclamo popular tiene unos límites y la desestabilización democrática es el precipicio al caos.

Pronto, se denunció al ideólogo del plan, quizás financiador y ejecutor: el ‘tirano eterno’ del ático belga obscuro con varios satélites de infiltrados, cuyo siniestro buscaba estropear el orden civil y el Estado de derecho para evitar que continúen los juicios penales en su contra. Quemó la Contraloría y vivarachos de sus camaradas corrieron a buscar asilo en la embajada de México. Otros, a tiempo, fueron apresados.

Aquél discurso político violento y cansino de una década explotó en su real magnitud. Vandalismo y barbarie multifacética que como eran reiterados hasta parecían derecho. Esta vez, con saboteadores de oficio, delincuentes encaminados, encapuchados posando de estudiantes, apedreadores de periodistas, pirómanos de canales de tv, guerrilleros urbano-destructores, demoledores de patrimonios y los árboles centenarios, saqueadores impúdicos, correístas vándalos brutales y racistas libaneses de tarima, repudiables mutantes insultadores, zombis de atentados irresueltos. En fin, la guerra del terrorismo organizado, importada y atroz, contra lo que es común a todos: paz, justicia y libertad.

Pese a ser marginada, de un acuerdo con sabor a chantaje público, la clase media quiteña ahí: demasiado tolerante, sobria, solidaria, valiente y reconstructora; pero, harta de la violencia, injusticia e indignidad humana. ¡Basta!

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La hecatombe de octubre 2019 representa, en la historia, 11 días violentos de fracaso y gloria para derogar el Decreto 883 que pretendía la eliminación de subsidios a los combustibles y subía en efecto los precios de los alimentos. Un suceso inverosímil, error político o no, enfrentó variopinto.

El oficialismo poderoso sin ser arbitrario, tras la figura del presidente Lenín Moreno, apoyado por élites económicas y algunos medios de prensa al servicio del capital, que direccionaron el aparato militar y policial con sus excesos, muertos y heridos.

Por otro, el rechazo masivo que fue repelido por horas y días, agotó su esencia, e inició con un paro de transportistas, aglutinó la fuerza social de grupos de campesinos, estudiantes y trabajadores; y, desató la presión indigenista intercalada al populismo vulgar, macabro y golpista del correísmo oportunista.

Esas medidas económicas, que buscaban contrarrestar el desbordante endeudamiento, déficit fiscal y bajísimo crecimiento, rayaron en la inconformidad radical. De hecho, el reclamo popular tiene unos límites y la desestabilización democrática es el precipicio al caos.

Pronto, se denunció al ideólogo del plan, quizás financiador y ejecutor: el ‘tirano eterno’ del ático belga obscuro con varios satélites de infiltrados, cuyo siniestro buscaba estropear el orden civil y el Estado de derecho para evitar que continúen los juicios penales en su contra. Quemó la Contraloría y vivarachos de sus camaradas corrieron a buscar asilo en la embajada de México. Otros, a tiempo, fueron apresados.

Aquél discurso político violento y cansino de una década explotó en su real magnitud. Vandalismo y barbarie multifacética que como eran reiterados hasta parecían derecho. Esta vez, con saboteadores de oficio, delincuentes encaminados, encapuchados posando de estudiantes, apedreadores de periodistas, pirómanos de canales de tv, guerrilleros urbano-destructores, demoledores de patrimonios y los árboles centenarios, saqueadores impúdicos, correístas vándalos brutales y racistas libaneses de tarima, repudiables mutantes insultadores, zombis de atentados irresueltos. En fin, la guerra del terrorismo organizado, importada y atroz, contra lo que es común a todos: paz, justicia y libertad.

Pese a ser marginada, de un acuerdo con sabor a chantaje público, la clase media quiteña ahí: demasiado tolerante, sobria, solidaria, valiente y reconstructora; pero, harta de la violencia, injusticia e indignidad humana. ¡Basta!

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