Después del miedo

Andrés Pachano

¡Todos vimos las imágenes!

Siluetas obscuras difuminadas por el humo que no disimula el pavor, que no esconde las humanas estrecheces de espíritu, ni tampoco las vandálicas acciones de los fanatismos; son imágenes a color, pero ocultan en su sombría atmósfera la luminosidad de la esperanza y la calidez de sus matices; su tesitura, como el ambiente que dibujan, es gris, sombrío, tristemente cruel. Reguero de piedras y postes derruidos, escombros de materiales que son el reflejo de los escombros de las miserias humanas… y, se diría que son imágenes de la Siria bombardeada o de pueblos Kurdos arrasados por la fascista égida Talibán, pero no… son las dolorosas escenas de las calles de Quito devastadas por un odio de fanática miseria. Son también las imágenes del miedo que asoló la patria durante 11 días de tristezas. ¡Todos las vimos!

Sí, todos vimos, con lágrimas de angustia, esa ira por años represada que arrancaba de cuajo las tuberías que llevan agua potable a 350 mil seres humanos de Ambato, para dejarla sedienta durante largos días. Todos sentimos en el fondo de nuestra angustia, el aroma de una cruel e incomprensible revancha. Si, todos sentimos la invasión del temor opresivo, al sentir días de sequedad causado por espíritus secos por el odio. Arrancar el agua a la gente, es un delito de humanidad, grave, gravísimo…, es el atentar a la vida. ¡Todos sentimos esa iracundia!

Y todos los ciudadanos confinados, atrapados, sin poder movernos y viendo día a día, paulatinamente, como se cerraban los mercados, se agotaban sus perchas, para confundirnos en el pavor del desabastecimiento de alimentos. Vimos con pánico como los manifestantes agredían a diseminadas y pocas campesinas vendedoras de cuatro cebollas y tres tomates, cuando se apostaban temerosas en cualquier esquina. ¡Todos vimos! a manifestantes con el garrote de la sinrazón, que en nombre de una paz por ellos violentada, obligar a cerrar negocios para sumir en el hambre a gente de la ciudad.

Y vimos desgarrados, en la “toma” del edificio de la gobernación, el arriar con desdén la bandera de la provincia… La de ellos, la nuestra.

¡Si las vimos!

Andrés Pachano

¡Todos vimos las imágenes!

Siluetas obscuras difuminadas por el humo que no disimula el pavor, que no esconde las humanas estrecheces de espíritu, ni tampoco las vandálicas acciones de los fanatismos; son imágenes a color, pero ocultan en su sombría atmósfera la luminosidad de la esperanza y la calidez de sus matices; su tesitura, como el ambiente que dibujan, es gris, sombrío, tristemente cruel. Reguero de piedras y postes derruidos, escombros de materiales que son el reflejo de los escombros de las miserias humanas… y, se diría que son imágenes de la Siria bombardeada o de pueblos Kurdos arrasados por la fascista égida Talibán, pero no… son las dolorosas escenas de las calles de Quito devastadas por un odio de fanática miseria. Son también las imágenes del miedo que asoló la patria durante 11 días de tristezas. ¡Todos las vimos!

Sí, todos vimos, con lágrimas de angustia, esa ira por años represada que arrancaba de cuajo las tuberías que llevan agua potable a 350 mil seres humanos de Ambato, para dejarla sedienta durante largos días. Todos sentimos en el fondo de nuestra angustia, el aroma de una cruel e incomprensible revancha. Si, todos sentimos la invasión del temor opresivo, al sentir días de sequedad causado por espíritus secos por el odio. Arrancar el agua a la gente, es un delito de humanidad, grave, gravísimo…, es el atentar a la vida. ¡Todos sentimos esa iracundia!

Y todos los ciudadanos confinados, atrapados, sin poder movernos y viendo día a día, paulatinamente, como se cerraban los mercados, se agotaban sus perchas, para confundirnos en el pavor del desabastecimiento de alimentos. Vimos con pánico como los manifestantes agredían a diseminadas y pocas campesinas vendedoras de cuatro cebollas y tres tomates, cuando se apostaban temerosas en cualquier esquina. ¡Todos vimos! a manifestantes con el garrote de la sinrazón, que en nombre de una paz por ellos violentada, obligar a cerrar negocios para sumir en el hambre a gente de la ciudad.

Y vimos desgarrados, en la “toma” del edificio de la gobernación, el arriar con desdén la bandera de la provincia… La de ellos, la nuestra.

¡Si las vimos!

Andrés Pachano

¡Todos vimos las imágenes!

Siluetas obscuras difuminadas por el humo que no disimula el pavor, que no esconde las humanas estrecheces de espíritu, ni tampoco las vandálicas acciones de los fanatismos; son imágenes a color, pero ocultan en su sombría atmósfera la luminosidad de la esperanza y la calidez de sus matices; su tesitura, como el ambiente que dibujan, es gris, sombrío, tristemente cruel. Reguero de piedras y postes derruidos, escombros de materiales que son el reflejo de los escombros de las miserias humanas… y, se diría que son imágenes de la Siria bombardeada o de pueblos Kurdos arrasados por la fascista égida Talibán, pero no… son las dolorosas escenas de las calles de Quito devastadas por un odio de fanática miseria. Son también las imágenes del miedo que asoló la patria durante 11 días de tristezas. ¡Todos las vimos!

Sí, todos vimos, con lágrimas de angustia, esa ira por años represada que arrancaba de cuajo las tuberías que llevan agua potable a 350 mil seres humanos de Ambato, para dejarla sedienta durante largos días. Todos sentimos en el fondo de nuestra angustia, el aroma de una cruel e incomprensible revancha. Si, todos sentimos la invasión del temor opresivo, al sentir días de sequedad causado por espíritus secos por el odio. Arrancar el agua a la gente, es un delito de humanidad, grave, gravísimo…, es el atentar a la vida. ¡Todos sentimos esa iracundia!

Y todos los ciudadanos confinados, atrapados, sin poder movernos y viendo día a día, paulatinamente, como se cerraban los mercados, se agotaban sus perchas, para confundirnos en el pavor del desabastecimiento de alimentos. Vimos con pánico como los manifestantes agredían a diseminadas y pocas campesinas vendedoras de cuatro cebollas y tres tomates, cuando se apostaban temerosas en cualquier esquina. ¡Todos vimos! a manifestantes con el garrote de la sinrazón, que en nombre de una paz por ellos violentada, obligar a cerrar negocios para sumir en el hambre a gente de la ciudad.

Y vimos desgarrados, en la “toma” del edificio de la gobernación, el arriar con desdén la bandera de la provincia… La de ellos, la nuestra.

¡Si las vimos!

Andrés Pachano

¡Todos vimos las imágenes!

Siluetas obscuras difuminadas por el humo que no disimula el pavor, que no esconde las humanas estrecheces de espíritu, ni tampoco las vandálicas acciones de los fanatismos; son imágenes a color, pero ocultan en su sombría atmósfera la luminosidad de la esperanza y la calidez de sus matices; su tesitura, como el ambiente que dibujan, es gris, sombrío, tristemente cruel. Reguero de piedras y postes derruidos, escombros de materiales que son el reflejo de los escombros de las miserias humanas… y, se diría que son imágenes de la Siria bombardeada o de pueblos Kurdos arrasados por la fascista égida Talibán, pero no… son las dolorosas escenas de las calles de Quito devastadas por un odio de fanática miseria. Son también las imágenes del miedo que asoló la patria durante 11 días de tristezas. ¡Todos las vimos!

Sí, todos vimos, con lágrimas de angustia, esa ira por años represada que arrancaba de cuajo las tuberías que llevan agua potable a 350 mil seres humanos de Ambato, para dejarla sedienta durante largos días. Todos sentimos en el fondo de nuestra angustia, el aroma de una cruel e incomprensible revancha. Si, todos sentimos la invasión del temor opresivo, al sentir días de sequedad causado por espíritus secos por el odio. Arrancar el agua a la gente, es un delito de humanidad, grave, gravísimo…, es el atentar a la vida. ¡Todos sentimos esa iracundia!

Y todos los ciudadanos confinados, atrapados, sin poder movernos y viendo día a día, paulatinamente, como se cerraban los mercados, se agotaban sus perchas, para confundirnos en el pavor del desabastecimiento de alimentos. Vimos con pánico como los manifestantes agredían a diseminadas y pocas campesinas vendedoras de cuatro cebollas y tres tomates, cuando se apostaban temerosas en cualquier esquina. ¡Todos vimos! a manifestantes con el garrote de la sinrazón, que en nombre de una paz por ellos violentada, obligar a cerrar negocios para sumir en el hambre a gente de la ciudad.

Y vimos desgarrados, en la “toma” del edificio de la gobernación, el arriar con desdén la bandera de la provincia… La de ellos, la nuestra.

¡Si las vimos!