El país está destrozado

El país está azotado por la violencia, el terrorismo, la brutal represión de las fuerzas del orden, el irrespeto a los bienes públicos y privados, la intimidación, el descontrol, la inseguridad. El país está cubierto de sangre, muerte, destrucción y desolación. Definitivamente, la protesta social perdió su rumbo.

En esta lamentable semana, tres de las principales autoridades de la provincia y de la ciudad de Ambato, demostraron todo menos unidad y trabajo conjunto que necesita Tungurahua para sobrellevar este duro momento. Los movimientos, organizaciones sociales y la ciudadanía sintieron el espaldarazo y el desconcierto de sus autoridades.

La provincia tiene una gobernadora ausente y empañada por su falta de liderazgo, un prefecto que juega en dos bandos y un alcalde ambateño que desató la ira de la ciudad por su pasividad durante los primeros días del paro quien finalmente dio la cara por las fuertes críticas que recibió luego de la crisis de seguridad que vivió la ciudad esta semana. La Gobernación, la Prefectura de Tungurahua y la Alcaldía de Ambato deben muchas explicaciones a sus mandantes y el tiempo los juzgará.

Estos días no solo demostraron que estamos gobernados por políticos oportunistas que han sobrepuesto sus interés personales y electorales sobre el bien común, nos han demostrado que el resentimiento social está latente en todos los espacios. Estos días confirman que el racismo, la intolerancia y la xenofobia reinan un país roto, confundido y dividido.

Indistintamente de la permanencia o no del Decreto Ejecutivo 883, nada nos devolverá la paz y la confianza. Los ciudadanos no volverán a sentir seguridad en las calles ni en sus hogares, los extranjeros no podrán transitar libremente por el temor de ser violentados por su condición, los indígenas sufrirán una nueva ola de racismo provocada por mestizos con aires de pureza.

Tomará tiempo para que las heridas causadas en esta escuálida democracia sanen. Reconstruir el país requerirá de grandes sacrificios. Ojalá pronto llegue la paz, ojalá podamos abrazarnos y ofrecer disculpas por todo el daño que hemos provocado.

El país está azotado por la violencia, el terrorismo, la brutal represión de las fuerzas del orden, el irrespeto a los bienes públicos y privados, la intimidación, el descontrol, la inseguridad. El país está cubierto de sangre, muerte, destrucción y desolación. Definitivamente, la protesta social perdió su rumbo.

En esta lamentable semana, tres de las principales autoridades de la provincia y de la ciudad de Ambato, demostraron todo menos unidad y trabajo conjunto que necesita Tungurahua para sobrellevar este duro momento. Los movimientos, organizaciones sociales y la ciudadanía sintieron el espaldarazo y el desconcierto de sus autoridades.

La provincia tiene una gobernadora ausente y empañada por su falta de liderazgo, un prefecto que juega en dos bandos y un alcalde ambateño que desató la ira de la ciudad por su pasividad durante los primeros días del paro quien finalmente dio la cara por las fuertes críticas que recibió luego de la crisis de seguridad que vivió la ciudad esta semana. La Gobernación, la Prefectura de Tungurahua y la Alcaldía de Ambato deben muchas explicaciones a sus mandantes y el tiempo los juzgará.

Estos días no solo demostraron que estamos gobernados por políticos oportunistas que han sobrepuesto sus interés personales y electorales sobre el bien común, nos han demostrado que el resentimiento social está latente en todos los espacios. Estos días confirman que el racismo, la intolerancia y la xenofobia reinan un país roto, confundido y dividido.

Indistintamente de la permanencia o no del Decreto Ejecutivo 883, nada nos devolverá la paz y la confianza. Los ciudadanos no volverán a sentir seguridad en las calles ni en sus hogares, los extranjeros no podrán transitar libremente por el temor de ser violentados por su condición, los indígenas sufrirán una nueva ola de racismo provocada por mestizos con aires de pureza.

Tomará tiempo para que las heridas causadas en esta escuálida democracia sanen. Reconstruir el país requerirá de grandes sacrificios. Ojalá pronto llegue la paz, ojalá podamos abrazarnos y ofrecer disculpas por todo el daño que hemos provocado.

El país está azotado por la violencia, el terrorismo, la brutal represión de las fuerzas del orden, el irrespeto a los bienes públicos y privados, la intimidación, el descontrol, la inseguridad. El país está cubierto de sangre, muerte, destrucción y desolación. Definitivamente, la protesta social perdió su rumbo.

En esta lamentable semana, tres de las principales autoridades de la provincia y de la ciudad de Ambato, demostraron todo menos unidad y trabajo conjunto que necesita Tungurahua para sobrellevar este duro momento. Los movimientos, organizaciones sociales y la ciudadanía sintieron el espaldarazo y el desconcierto de sus autoridades.

La provincia tiene una gobernadora ausente y empañada por su falta de liderazgo, un prefecto que juega en dos bandos y un alcalde ambateño que desató la ira de la ciudad por su pasividad durante los primeros días del paro quien finalmente dio la cara por las fuertes críticas que recibió luego de la crisis de seguridad que vivió la ciudad esta semana. La Gobernación, la Prefectura de Tungurahua y la Alcaldía de Ambato deben muchas explicaciones a sus mandantes y el tiempo los juzgará.

Estos días no solo demostraron que estamos gobernados por políticos oportunistas que han sobrepuesto sus interés personales y electorales sobre el bien común, nos han demostrado que el resentimiento social está latente en todos los espacios. Estos días confirman que el racismo, la intolerancia y la xenofobia reinan un país roto, confundido y dividido.

Indistintamente de la permanencia o no del Decreto Ejecutivo 883, nada nos devolverá la paz y la confianza. Los ciudadanos no volverán a sentir seguridad en las calles ni en sus hogares, los extranjeros no podrán transitar libremente por el temor de ser violentados por su condición, los indígenas sufrirán una nueva ola de racismo provocada por mestizos con aires de pureza.

Tomará tiempo para que las heridas causadas en esta escuálida democracia sanen. Reconstruir el país requerirá de grandes sacrificios. Ojalá pronto llegue la paz, ojalá podamos abrazarnos y ofrecer disculpas por todo el daño que hemos provocado.

El país está azotado por la violencia, el terrorismo, la brutal represión de las fuerzas del orden, el irrespeto a los bienes públicos y privados, la intimidación, el descontrol, la inseguridad. El país está cubierto de sangre, muerte, destrucción y desolación. Definitivamente, la protesta social perdió su rumbo.

En esta lamentable semana, tres de las principales autoridades de la provincia y de la ciudad de Ambato, demostraron todo menos unidad y trabajo conjunto que necesita Tungurahua para sobrellevar este duro momento. Los movimientos, organizaciones sociales y la ciudadanía sintieron el espaldarazo y el desconcierto de sus autoridades.

La provincia tiene una gobernadora ausente y empañada por su falta de liderazgo, un prefecto que juega en dos bandos y un alcalde ambateño que desató la ira de la ciudad por su pasividad durante los primeros días del paro quien finalmente dio la cara por las fuertes críticas que recibió luego de la crisis de seguridad que vivió la ciudad esta semana. La Gobernación, la Prefectura de Tungurahua y la Alcaldía de Ambato deben muchas explicaciones a sus mandantes y el tiempo los juzgará.

Estos días no solo demostraron que estamos gobernados por políticos oportunistas que han sobrepuesto sus interés personales y electorales sobre el bien común, nos han demostrado que el resentimiento social está latente en todos los espacios. Estos días confirman que el racismo, la intolerancia y la xenofobia reinan un país roto, confundido y dividido.

Indistintamente de la permanencia o no del Decreto Ejecutivo 883, nada nos devolverá la paz y la confianza. Los ciudadanos no volverán a sentir seguridad en las calles ni en sus hogares, los extranjeros no podrán transitar libremente por el temor de ser violentados por su condición, los indígenas sufrirán una nueva ola de racismo provocada por mestizos con aires de pureza.

Tomará tiempo para que las heridas causadas en esta escuálida democracia sanen. Reconstruir el país requerirá de grandes sacrificios. Ojalá pronto llegue la paz, ojalá podamos abrazarnos y ofrecer disculpas por todo el daño que hemos provocado.