Nuestro amor por los tiranos

Un profesor de Ciencia Política suele decir en sus clases que, Game of Thrones trata de política tanto como la pornografía del amor. Sí, el amor puede llevar al sexo y la guerra ser la continuación de la política por otros medios, pero, hay más que solo lo uno o lo otro.

A pesar, de que creo que Game of Thrones no terminó esta temporada siendo el escenario de la representación de la cultura pop de lo que creemos que es el ejercicio del poder en la política. Sí que tuvo manifiestos políticos en su último capítulo.

El capítulo final no me gustó por muchas cosas, pero, que Daenerys haya perdido el trono y se haya convertido en una tirana no fue una de ellas. Ese final es una crítica fundamentada sobre el peligro de las utopías personificadas en torno al redentor. La utopía sirve para caminar, no para imponerse como única y legitima verdad. Cuando Daenerys hizo su tránsito desde el este hasta Westeros ya había dejado claves de que creía en un mundo dominado por su única visión de lo correcto, el cual necesitaba ser liberado, de ese karma de la rueda, del que habla en sus diálogos finales. La negación de la política en razón del fin del conflicto, por un mundo idílico, es la más grande de las tiranías. El humano como sujeto central del desarrollo histórico, está en permanentes relaciones conflictuales. Cuando niegas otras visiones del mundo, niegas la existencia del otro como actor legítimo en ese desarrollo histórico. La negación de esa existencia en última instancia es su muerte, por eso que Daenerys quemará todo aquel, que se le opusiera. Por eso, quemó la ciudad que se le negó gobernar.

Que a buena parte de los fanáticos de GOT, el fin que le dieron a Daenerys no les haya gustado nada, da cuenta de esa predisposición que tenemos por renunciar a la libertad a cambio de la seguridad. Predisposición, a veces innata, que tiene el humano por los héroes de epopeya, por quienes son los únicos capaces de entender la esencia y voluntad del pueblo. El personaje de Daenerys, siempre habló de un destino que se sentía llamada a cumplir. Dando un sentido natural a cosas que siempre han dependido de lo social, por tanto, inacabadas.