Peligroso cóctel

Política y espectáculo no deberían mezclarse ni relacionarse pero en la práctica lo hacen. A tal punto que la primera se convierte en la segunda. Siempre quedará la duda de si es marketing, fachada, fama o apoyo real a una determinada causa. ¿Lo hacen por convicción o por imagen? Para algunos, la actividad proselitista es nueva y posicionarse en la arena electoral lleva tiempo. Serán condenados por hablar y también por callar. Los medios hacen lo suyo.

Al reconocer que la política trae una carga negativa que va de la corrupción a la avaricia, del blindaje a la perversión sin importar de donde venga, la tentación hizo de la suya. Deben abandonar el cómodo pedestal de admirados, queridos y pasar al sórdido camino de la política en el proceso electoral de marzo de 2019.

Hay que recordarles que, ser un personaje público obliga a estar bien informados, a saber de normativas legales, ordenanzas, reformas polémicas, a tener puntos de vista sobre tal o cual acontecimiento, que cual torbellino dará vueltas en el país y hasta en el mundo. Serán fuente recurrente de información y así como las redes facilitan que un discurso llegue a miles de millones de usuarios en milésimas de segundo, también permiten ser portadoras del rechazo, humillación y críticas a niveles exponenciales. Perderán votos, dinero y, a la larga, credibilidad.

En las coyunturas del binomio (show y política), los ánimos se ajetrean y los impulsa a hablar, a reclamar, a posicionarse políticamente. La opinión de estas figuras será viral al convertirse en referentes del imaginario social que, por cierto, cada vez es más volátil. El público de a pie, sabio como es, sabrá reflexionar y decidir que ser “famoso” conlleva algo más que conseguir la mejor mesa en un restaurante.

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