Ídolos de barro

Ángel Polibio Chaves

La imagen actual de aquel abogado español que algún momento despertó nuestra simpatía por su intervención para hacer posible la aplicación de la justicia a un sanguinario dictador latinoamericano, luce ahora deslucida y patética, al verlo convertido en defensor de personas que al contrario de ayer, le deben mucho a la justicia.

Esto, me ha conducido a una reflexión sobre la situación que se da por los homenajes y tributos que se rinden a ciertas personas y más tarde, cuando descubrimos realmente cómo son, nos encontramos en un enorme desconcierto. En la sede de una importante organización internacional se erigió un monumento a quien más tarde se ha descubierto como responsable de fraudes y atracos contra los intereses de su nación; alguna vez, habiéndose erigido un monumento a un destacado deportista, por una desacertada intervención política que obedecía posiblemente a su falta de preparación, puso a los promotores de esta idea en un gran aprieto. Y así podríamos señalar aquí y en otros lugares, múltiples ejemplos de decisiones de las que más tarde nos arrepentimos.

Creo que son sabias las normas que impiden que se erijan monumentos o se bautice espacios públicos con el nombre de personas que aún viven, puesto que es posible que algún momento, su conducta, por múltiples razones, pueda cambiar, o se descubra que la misma no siempre obedeció a la búsqueda del bien común.

Quizás estas reflexiones contradicen aquella expresión recogida en una popular canción : “en vida”. Por ello es preciso ser parcos en el elogio y objetivos en la apreciación de las virtudes de los hombres; no por ello hemos de incurrir en una actitud que también resulta repudiable: la ingratitud, pues la nobleza de los pueblos se refleja en el reconocimiento del mérito de aquellos que realmente los han servido con desinterés, capacidad y entrega.