dios, así, con minúscula

Carlos Freile

Desde hace un tiempo algunos de los estudiantes de la institución en que daba clases llamaron mi atención al escribir “dios”, así, con minúscula. Luego constaté que también lo hacían profesores, con grados académicos de altísimo nivel. Todos ellos ateos. Pero en este asunto no se trata tan solo de fe ni de teología. Allá por 1906 escribió Federico González Suárez, arzobispo de Quito: “No es la historia del Ecuador, es la Ortografía: ¿no será muy natural que los niños le hagan al maestro laico las siguientes preguntas: ¿por qué la palabra Dios se escribe siempre con la D mayúscula? ¿Cómo se escribirá un nombre, cuando es el nombre propio de un santo? ¿Cómo se escribe ese mismo nombre, cuando es nombre de un pueblo?”

No, no es la teología o la creencia, es la ortografía. Este modesto columnista no cree ni adora a las divinidades paganas, pero escribe Júpiter, Pachacámac, Huitzilopochtli, Poseidón, Thor, Amón, Tangaroa y así por el estilo, en larga, larguísima lista. No es necesario creer en la existencia del ser superior para los cristianos que en castellano tiene un nombre propio: Dios, para escribirlo con mayúscula; de igual manera escribimos Yahveh o Adonai o El-Sadday.

El nombre propio no garantiza la existencia de lo nombrado, así de simple, de lo contrario escribiríamos atlántida y utopía, macondo y shangri la; es nombre propio y según las reglas de nuestro idioma va con mayúscula. Y punto. De igual manera tendríamos que escribir con minúscula los millares de nombres producto de la fantasía no solo de los diferentes pueblos sino de todos los escritores que en el mundo ha sido: ya veo a un profesor de literatura que escriba dios como nombre de la divinidad de los cristianos si se encuentra con un conspicuo don quijote en una prueba.

Con todo respeto a las opiniones ajenas, pareciera que a veces por sentar plaza de librepensadores se roza la libre ignorancia o, más bien, porque muchos saben a cabalidad lo que hacen, el libre fanatismo. O la libre pose, que es peor. Sucede que por disminuir a otros nos rebajamos nosotros mismos.

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