La fuerza de la razón

AUTOR: Nicolás Merizalde

Hemos oído con una frecuencia espeluznante que lo que se requiere para resolver problemas es “mano dura”. Hace falta que alguien sin muchos remilgos morales, algún desalmado y además un salvaje presione con el fuete para que las cosas marchen, mejor dicho, parezca que marchen. Esa es la concepción de mucha gente, que como en Filipinas eligieron a Rodrigo Duterte porque prometía eliminar el problema del narcotráfico sin necesidad de planes, ni estrategias o meditación alguna; solo violencia, mucha violencia.

Se calcula que cada día son asesinadas 33 personas por haber expendido, manipulado o consumido algún tipo de droga. Mueren a manos de la fuerza pública o de los grupos pandilleros que han hecho negocio con esta carnicería; la vida de un consumidor está sobre los 100 dólares y la de un traficante medio en 300.

Sufren el terror los consumidores de barrios marginados o expendedores que viven en las mismas condiciones. No existen programas de rehabilitación, ni medidas de prevención, ni nada. La política de aniquilación resulta tan absurda porque no acaba con los grandes narcotraficantes y su gigantesco poder, sino que caen en las aceras los ya de por sí desvalidos ciudadanos (porque no dejan de ser ciudadanos, con todos sus derechos), que son en realidad las primeras víctimas de las grandes redes del narco. La escalada de violencia hace que todo el mundo se sienta con derecho a quitar vidas, porque el líder presume orgulloso de su capacidad asesina. Lo cierto, es que en lugar de erradicar problemas los ha multiplicado, las calles son todavía más inseguras, el mercado de armas ha crecido aún más, los muertos son muchos más, y ha crecido el número de vidas y familias destruidas. El uso de la fuerza, “la mano dura” no nos lleva a ninguna solución real. Lo dijo Rousseau; la fuerza no tiene nada de razón ni de moral.