Historiador y amigo

Rosalía Arteaga Serrana

La muerte de un amigo siempre nos golpea con el acumulado de dolor y recuerdos. Ocurrió la semana pasada, cuando nos enteramos del fallecimiento de Leonardo Moncayo Jalil, quien hacía parte de ese grupo de amigos que siempre están hasta adversas circunstancias, iluminando la vida con su apoyo y comprensión. Leonardo frecuentaba diversos círculos intelectuales en el Ecuador y aun fuera, como prestante historiador, miembro de honor de la Academia de Historia y de la Sociedad de Genealogistas.

Gracias a sus numerosos libros de investigación pertenencia a instituciones como la Sociedad de Amigos de Sucre y la Casa de Montalvo, así como la Fundación Cultura del Ecuador, el Club Rotario y recientemente a la Fundación Fidal. Siempre nos demostró su entusiasmo por la cultura, la solidaridad y la educación. Empresario desde la juventud, entregó parte de su vida a la Junta de Beneficencia de Guayaquil en Quito. Un caballero en la máxima expresión de la palabra, un hombre de familia y de dedicación devota a sus amigos. Lo echamos en falta, sabemos que su sonrisa amigable no nos acompañará.

Su familia se queda con un legado de decencia, de solidaridad, de generosidad y de trabajo que, estamos seguros, sabrá honrar. Moncayo era uno de los últimos de una generación de idealismo y trabajo arduo, de sueños acompañados del tesón para conseguirlos. Su huella es profunda y sobrevivirá a través de sus amigos y familiares.

Estas palabras son mi homenaje al amigo inigualable dotado de un gran sentido del humor y de lealtad, al ser humano que supo rodearse de amigos que apreciaron sus cualidades y rieron sus bromas, que compartieron sus ideales y sus sueños.

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