La pandemia les roba la niñez

Gabriel tiene 9 años, todavía recuerda que en marzo de 2020 se quedó en la casa de sus abuelos esperando a su mamá, quien llegó casi dos meses después, el 21 de abril de ese año.

«Mi abuelita me dijo que tenía que espera a que mi mami venga, que teníamos que cuidarnos para no contagiarnos, pero no era lo que yo quería», cuenta el pequeño.

Sin poder explicar la tristeza y el miedo que sentía, dice que esa noche que ya no regresó a su casa lloró hasta que se quedó dormido, pues no solamente no estaba en su cama, sino que no sabía si su mamá se contagiaría.

Ahora Gabriel no veía a sus amigos, no veía a su mamá y únicamente contaba con la compañía de sus abuelitos, dos adultos mayores que, a pesar de hacer todo lo posible por entretener a su nieto no lograban suplir todos los vacíos que se lo iban carcomiendo con la llegada del Covid-19.

«Me gustaba conversar con mi mami por teléfono, era mi momento feliz del día, cantar u orar con ella antes de dormir, porque me hacía sentir como paz”.

«Me gustaba conversar con mi mami por teléfono, era mi momento feliz del día, cantar u orar con ella antes de dormir, porque me hacía sentir como paz”, cuenta Gabriel, pero nada se comparó a aquel martes que volvió a abrazar a su mamá. Fue un momento sublime, ahora aunque eran solamente los dos se sentían completos, sentían que se hacían más fuertes para seguir enfrentando el coronavirus y aunque habían momentos que se aburrían encontraban las formas de distraerse o asomarse al pequeño balcón de su casa para ver pasar a la pocas personas que circulaban por el lugar o a contar los gatos de los vecinos que de vez en cuando se acercaban a jugar con el suyo.

Otro de los momentos que alegraban sus días era cuando hablaba con sus primos de 6 y 4 años. Ellos estaban acostumbrados a verse a diario porque estudiaban en la misma escuela y vivía  a tan solo cuatro casas, pero la pandemia los distanció. Ya no jugaban juntos, no se abrazaban o tomaban de las manos para ir al bar de la escuela a comer en su receso de clases. Ahora solo tenían el celular para verse, pero se dieron los modos de seguirse demostrando el amor que se tienen.

Para David y Carlos, primos de Gabriel, la pandemia les trajo un regalo especial, pues su papá no trabajaba en Ambato y en una de sus salidas ya no pudo regresar a la empresa  donde prestaba sus servicios, por lo que ahora pasaba 24 horas del día con ellos. La palabra papi tomó un significado especial, ahora no era a través de una pantalla que los hacía dormir, ahora sentían su cálido beso de buenas noches como un dulce del que jamás se causarían.

“Estar con mi papi es genial, hace muchas cosas para que estemos divertidos, además, sabe muchas cosas de computadora y eso es fantástico porque siempre nos enseña mucho», dice el David entre risas, mientras se ajusta los cordones de los zapatos para seguir jugando con su hermano y su perro en el patio de su casa.

«Mi abuelita me dijo que tenía que espera a que mi mami venga, que teníamos que cuidarnos para no contagiarnos, pero no era lo que yo quería».

Cercanía

A pesar de la falta de contacto físico entre los tres se mantuvo vivo el amor fraternal. Gabriel piensa que sus primos son ángeles con los que podrá contar siempre, aunque sea a través del celular o la computadora. Este mismo medio lo ha mantenido en contacto con sus amigos de la escuela, con quienes no solo se han adaptado en un año a un nuevo modelo y estructura de aprendizaje, sino de convivencia.

Vale es la mejor amiga de Gabriel, ellos no han dejado de estar en contacto y juegan un par de veces a la semana o se reúnen a través de Zoom para recordar cómo son sus facciones y los gestos que cada uno tiene cuando conversan y hasta pelean.

“Estar con mi papi es genial, hace muchas cosas para que estemos divertidos, además sabe muchas cosas de computadora y eso es fantástico porque siempre nos enseña mucho»

“Yo extraño a mis amigos, me gustaría que esto acabe pronto, porque no es lo mismo ver a mis amigos por la computadora que en persona. Yo oro todos los días para que Dios bendiga a nuestras familias y que el día en que nos podamos reencontrar las cosas entre nosotros no hayan cambiado”, dice la niña de 10 años.

Gabriel y Vale, tras un año de emergencia sanitaria, se han visto un par de veces, pero sus juegos ya no son los mismos, ahora mantienen distancia, no ven sus caras, solo escuchan sus carcajadas a través de las mascarillas, que cubren aún más sus pequeños y tiernos rostros, que a pesar de todo siguen reflejando la inocencia de su niñez que está dispuesta a seguir adelante y adaptándose a las circunstancias que se presenten en el mundo.

“Yo oro todos los días para que Dios bendiga a nuestras familias y que el día en que nos podamos reencontrar las cosas entre nosotros no hayan cambiado”,

TEXTO: NADIA VÁSQUEZ – FOTOS: ALEX VILLACIS