Desde la época de la conquista existen relatos que hablaban de las erupciones del volcán Tungurahua.
Nicolás Martínez deja un testimonio de varias erupciones del volcán Tungurahua y de algunos hechos geológicos de su interés, en su libro ‘Las Grandes Erupciones del Tungurahua’, editado en 1932 y donde se recogen varias descripciones y testimonios sobre este fenómeno natural.
En este libro se aclara que de las erupciones anteriores a la conquista española no existen documentos o relatos, pero sí huellas de gigantescas corrientes de lava como la de ‘Pondoa Grande’ y la de ‘Pucayán’ en el valle del río Ulba, observadas y estudiadas por Martínez en sus innumerables recorridos.
1534
La primera de la que se tiene escritos y testimonios es la que sucedió en 1534 y que fue descrita por González Suárez, se dice que esta asustó al grupo de Pedro de Alvarado que avanzaba por la selva occidental rumbo a Quito al sentir la caída de una ‘lluvia de ceniza’, se puede decir que pertenecía al Tungurahua, pero también se aclara que puede haber sido de los otros volcanes de la región que en aquel tiempo aún eran desconocidos para los españoles.
En los inicios de la conquista y hasta mediados del siglo XVIII no se consideraba al Tungurahua como un volcán, pues, además, de no haber dado signos de actividad durante esta época, tampoco se podía ver su cráter.
“Esto bien podría probar que el Tungurahua se hallaba en absoluta calma desde hace muchos siglos antes; aunque también es verdad, que bien podría haberse obstruido el cráter hasta la cumbre del volcán, en alguna de las erupciones anteriores, como sucedió después, aunque no de una manera absoluta en una de las erupciones de 1918” , escribe Martínez.
Historias
Para Nicolás Martínez, las primeras erupciones narradas le resultan dudosas, pero la de 1773 tiene varias historias escritas de González Suárez y de Augusto N. Martínez, de estas Rafael P. Vieira recogió varias historias que fueron incluidas por el autor en su libro.
Vieira en sus escritos habla de que en 1773 hubo dos erupciones. La primera en febrero, que según los relatos, fue la antecesora de la que venía en abril.
Se dice que fue de cenizas y fuego, en un día domingo cuando se sacaba a la imagen de la Virgen a la procesión, de esta se desprende la historia que la imagen levantó la mano y calmó al volcán.
“Por la fe y el fervor con que imploraban en esos momentos angustiosos a Dios y a su Santa Patrona dejó palpar su poderosa protección, por medio de un suceso de lo más extraordinario: cuando el volcán ardía y bramaba con más fuerza, y los gritos y alaridos de la gente que enviaba al cielo para alcanzar misericordia, vieron levantar la mano de la Stma. Virgen y dar su bendición hacia la parte del volcán, quedando este en profundo silencio y sin causar daño de ninguna clase”, cita Vieira.
Según Vieira, la segunda erupción aconteció el viernes 23 de abril de 1773, esta fue desoladora y espantosa debido al aluvión que bajó por el volcán y arrastró y destruyó con todo a su paso, quedando apenas la pequeña iglesia de Baños con sus habitantes adentro.
“Procedente de esta horrorosa erupción, decían los antiguos, se formó la pequeña colina del Calvario y la que sigue de panteón, barrera y salvaguardia del pueblo de Baños, que sin ella se hubiera destruido sin remedio en la erupción de 1886”, escribió Vieira.
De estas crónicas y testimonios, Martínez anota sobre los hechos que se muestran del volcán sobre su erupción que esta ocasión inició en febrero y terminó en abril, además, de que el pueblo de Baños se inundó, no con lava, sino de lodo, tal vez hirviente que descendió por el riachuelo de Bascún.
“También creo muy verosímil que la colina del Calvario haya aumentado de materiales acarreados por el aluvión de lodo, pues hasta ahora se ven sobre el terreno, grandes piedras que sin duda alguna provienen de ese entonces”, escribe Martínez.
De esta erupción, según Martínez, varios fueron los aluviones que habrían descendido por las diferentes quebradas del volcán, uno de estos de lodo que se derramaron en el Pastaza se formó uno que contuvo las aguas del río durante 24 horas en el mismo lugar donde ocurriría el mismo acontecimiento años después.
Luego de esta erupción el volcán continuó activo durante años, pues varios científicos e investigadores hablan de rastros de gases y humo del cráter, e incluso fumarolas en sus ascensos, parte de estos testimonios vienen de los hermanos del autor, Augusto N. y Anaracasis Martínez.

1886, 100 años después
Luego de 100 años, el Tungurahua mostró su despertar el lunes 11 de enero a las 09:30, aquí se destapó el cráter que se encontraba lleno de materiales acumulados durante más de un siglo, de esta erupción existe una amplia documentación publicada por Augusto Martínez.
De esta erupción se habla de que el fenómeno más notable fue el de las nubes ardientes que descendieron por todas las quebradas del volcán, que al inicio bajaron como aluviones de lodo hirviendo y al final como torrentes de arena ardiente mezclada con trozos de lava fundida.
“Fueron verdaderamente monstruosas, tanto que la primera emisión, la que descendió por los Juivis, contuvo las aguas del río Pastaza durante 15 días, lo que dio lugar a la formación de un lago que inundó una parte de las playas cultivadas del Valle de Patate”, escribió Nicolás Martínez.
Otra de las anotaciones interesantes de estos textos se refiere a la cantidad de ceniza, que a decir de Martínez, cayó en casi todo el Ecuador y que en Ambato duró 18 horas, calculando que cayeron alrededor de 10 kilogramos por metro cuadrado de superficie, siendo mayor en otros lugares como en los páramos de Chimborazo.
“Es de suponer que en la ciudad de Riobamba, la cantidad de tierra que cayó en esos días, ha debido ser muy grande, porque recuerdo que decían que allí la lluvia de ceniza había durado tres días, durante los cuales, permaneció la ciudad en profundas tinieblas”, escribió Nicolás Martínez.
Durante las erupciones que siguieron, en el mes de febrero se derramó del cráter durante muchos días consecutivos, lo que el autor llama “un verdadero río de lava fundida”, que cubrió por donde bajaba, esta se puede ver hasta ahora y es conocida como ‘Reventazón de Cusúa’.

“El volcán entró en un estado de actividad mucho mayor que al principio. La emisión de lava ya no era intermitente, sino que había establecido una corriente continua, visible de día, por el reguero de vapores, y de noche por la iluminación. Un río de fuego bajaba incesantemente desde el borde del cráter”, escribió Augusto Martínez.
Desde el 26 de febrero hasta el 3 de marzo duró esta corriente de lava que ahora se encuentra en la depresión por donde corría el pequeño riachuelo conocido como Chiriyacu.
Los hermanos Martínez fueron testigos e investigadores de esta erupción en sus libros que hablan sobre el volcán y las erupciones, donde cuentan cómo siguieron paso a paso este fenómeno y describen lo que fue la erupción.
Desde la hacienda de Leito pudieron observar la erupción y describen los bramidos, relámpagos que se podían ver en todas las direcciones y en la noche un “río de fuego” bajaba sin interrupción desde el cráter del volcán.
“No pudiendo contener el cauce del derrame la cantidad fabulosa de lava que se precipita, forma desviaciones a ambos lados; todo el cono se ilumina intensamente por el espacio de un cuarto de hora; las bombas atraviesan el espacio con velocidad vertiginosa y no solo caen en los alrededores del cráter, sino a mayores distancias”, escribió Nicolás Martínez.
Después de la erupción de 1886, el Tungurahua seguía mostrando columnas de gases, Martínez narra que en su visita al cráter del volcán 14 años después, los gases eran tan abundantes que llenaban por completo la cavidad del cráter, además, de sentir una elevada temperatura.
El despertar
Un aspecto que el autor anota es que hasta septiembre de 1903 el Tungurahua mostraba cierta actividad que cesó por completo cuando el Cotopaxi entró en actividad.
El volcán permaneció en estado de aparente calma hasta los primeros días de 1916, cuando se comenzó a escuchar en Baños y lugares aledaños “sordos y prolongados ruidos subterráneos”, acompañados a veces de ligeros temblores de trepidación, esto se mantuvo hasta el 1 de marzo cuando se pudo ver una columna de vapores densos.
“Además, había la circunstancia de que el Cotopaxi se hallaba en absoluta calma desde junio de 1914 y por lo tanto no era muy aventurado el suponer que se preparaba una erupción del Tungurahua, pero nunca la creímos tan cerca”, escribió Nicolás Martínez.
Las erupción de 1916 espantó a los tungurahuenses, pues de improviso y a las cuatro de la mañana del 3 de marzo los despertó con fuertes y “prolongados truenos volcánicos”, además, se observó una gran columna de gases con bombas incandescentes y relámpagos. Dos horas después caía sobre Baños y poblados al occidente del volcán una fuerte lluvia de ceniza que oscureció el día.
Martínez como estudioso e investigador, llevó un diario sobre lo que observaba desde la quinta La Liria, Pondoa y Baños, en este tiempo el autor mantenía comunicación a través del telégrafo con Enrique Zambrano, telegrafista de Baños y encargado de la estación meteorológica.
“Baños, marzo 3, Sr. Nicolás G. Martínez .- Las 4 a.m. oyendo ruidos subterráneos, trepidación de tierra, producido por el volcán Tungurahua, elevándose inmensas columnas de humo, piedras inflamadas, fuego. Las 7 y 30 a.m. cesó súbitamente ruidos, humo, principiando lluvia abundante ceniza, oscureciendo atmósfera, presagios inequívocos, próxima erupción, señales semejantes, última catástrofe 1886. Afmo. Zambrano”, es el texto del telegrama enviado a Martínez en esa época.
El volcán se mantuvo en relativa calma hasta noviembre de 1918, pues durante estos años se veían columnas de cenizas, caída de ceniza, cañonazos, hasta inicios de 1917, cuando Martínez señala que observó aumento en la actividad y en las noches se veían piedras incandescentes que rodaban por los flancos del volcán.
Las grandes erupciones de esta época comenzaron en los primeros días de enero de 1918 y duraron hasta noviembre con intervalos de tiempo, aquí Martínez contabilizó siete grandes erupciones “caracterizadas por su violencia extrema” y de poca duración.

El autor pudo presenciar la mayoría de ellas desde puntos cercanos al volcán y luego recorrió los sitios que resultaron devastados por la fuerza de las erupciones, de estos recorridos y días conservó varios apuntes que luego fueron incluidos en sus libros.
Martínez con la curiosidad de un investigador se dirigió en enero de 1918 hasta la ‘Loma e Chonta’ situada al frente del volcán, para seguir desde ahí la erupción, según sus escritos llegó en caballo junto a sus acompañantes, pero los cañonazos asustaban a los animales y en varias ocasiones se escaparon de caer por las quebradas de los tortuosos caminos de aquel tiempo.
DATO Nicolás Martínez fue pionero y precursor del andinismo en Ecuador.
“Con todo, un momento que se descubre algo de la base del cono, observo que algunos matorrales y bosquecillos que bordean las quebradas que tienen su origen en el cráter, se hallan arrojando humo, como si estuvieran ardiendo, signo evidente de que por ellas han descendido o descendían aun “nubes ardientes” o tal vez lava en fusión”, describe.
Desde el campamento Ambabaqui en Pelileo a 18 kilómetros en línea recta del cráter del volcán, Martínez escribe sobre esta que considera una de las erupciones más terribles del volcán desde 1886.
El 3 de abril el autor presenció una gran columna que se alzaba sobre el volcán y afirma haber escuchado el estruendo más fuerte de todos los años que investigó el volcán, dice haber presenciado la salida de una especie de humo rojo que desde el cráter cubrió al volcán hasta su base, dejándolo invisible para los investigadores.
“Ahora mi temor es el de que tanto Baños, como los caseríos de Juivi, Cusúa, Chontapamba, etc. Hayan sido invadidos por esa verdadera ola de materiales inflamados, y la cual, no me queda la menor duda que es una de esas formidables “nubes ardientes”, semejante a una pequeña que observe desde Pondoa, en 1916”, escribe.
Al día siguiente Martínez preocupado por la suerte de los poblados al pie del volcán se trasladó a Baños, donde observó que todo se encontraba bien, apenas con ciertos rastros de cenizas, la mayor parte de ceniza cayó en el sector del Topo, donde según sus investigaciones habría caído dos kilogramos de ceniza por cada metro cuadrado.
De esta erupción Martínez apunta que lo “más grandioso” fueron las ‘nubes ardientes’ que alcanzaron magnitudes mayores a las de las erupciones pasadas, ocasionando aluviones por las quebradas que nacían en los lugares donde existían bancos de hielo y torrentes de arena hirviente que iniciaban en las regiones sin nieve.
Los torrentes de arena hirviente que bajaron por las quebradas de los Juivis, Cusúa y Chontapamba, se componían de arena fina de color grisáceo, mezclada con lava, estos bajaron por las quebradas y quemaron la vegetación de ambos lados, incluso cuatro días después Martínez recorrió las quebradas y se encontró con material que se mantenía a altas temperaturas y piedras en donde incluso pudo encender cigarrillos.
Nicolas G. Martínez documentó de una manera precisa las erupciones de 1916 y 1918, su alma investigadora y aventurera lo hizo recorrer lugares y presenciar de cerca los acontecimientos que rodearon al volcán.
De las erupciones antiguas estos escritos son los testimonios que sirvieron para tener una idea del comportamiento del volcán y sus erupciones.
En septiembre de 1999 el volcán Tungurahua se reactivó, varios fueron los años que se tuvo que lidiar con las consecuencias, este proceso resultó más documentado en video, audio, fotografía y texto y se lo puede consultar en la web.