En medio de la pandemia la muerte fue solo el comienzo

El ambiente es lúgubre, prefiere no tener mucha luz, siente que algo se apagó hace cerca de un año en su vida.

En la computadora suena música, talvez reguetón, talvez salsa, no se distingue, ya que al mismo tiempo se escucha el audio de un video en Youtube, al cual tampoco presta mucha atención.

Su mirada se fija en la ventana que da al patio de su casa, aquel espacio que su padre recorría a diario.

Son cerca de las 15:00 y Diego, de 15 años, está sumido en su mundo, pensando quién sabe qué, huyendo imaginariamente de una realidad que nunca pidió, pero que le tocó vivir.

¿A dónde puedes ir?, ¿en dónde encuentras refugio?, ¿a quién debes pedir ayuda?, ¿dónde están los culpables de arrebartarte a tres miembros de tu familia, incluido tu padre?

Las preguntas y dudas no dejan en paz a Diego, que a pesar de que cuenta con el cariño y apoyo de su madre, sus dos hermanos menores y toda su familia, nada puede aliviar el dolor que lleva a cuestas.

Cualquier palabra de aliento se desvance con facilidad al querer consolar a la familia Díaz Chicaiza, quien ha vivido de cerca la crueldad de un virus que que ha dejado dolor y desesperanza.

«Si no hubiese tenido a mis hijos, a lo mejor no habría luchado por mi vida”.

Inexplicable

Las calles en Tisaleo estaban vacías, la gente ya no recorría los campos a cualquier hora del día, el miedo era evidente.

En la familia se pedía el mayor de los cuidados, puesto que se conocía que la letal enfermedad atacaba a los más indefensos, los abuelos y aquellos que tenían alguna enfremedad grave.

“No sabemos cómo llegó el virus”, afirma Magali, prima de Diego, quien cuenta que una mañana su abuelita, por parte de madre, presentó ciertos problemas para respirar, pero todos pensaron que sería algo pasajero, nadie sospechaba que se trataría del temido virus.

La situación se agravó y decidieron llevarla al centro de salud más cercano. El 2 de junio del 2020, le diagnosticaron que estaba contagiada por Covid-19. El virus había entrado sigilosamente a la familia. Fue allí donde inició el calvario.

Desde el centro de salud llevaron a la mujer de 75 años al hospital, ingresó, pero nadie más supo nada de ella por semanas, pues el sistema de salud estaba colapsado y conseguir información sobre las personas internadas era imposible. Solo un día recibieron la terrible noticia que su abuelita falleció.

“Las palabras quedan cortas para consolar la pérdida de cuatro de sus familiares”.

 

Rencor a la lluvia

Magali reconoce tener cierto rencor hacia la lluvia, puede ser la necesidad de buscar un responsable a tanto dolor.

Elevación, su otra abuelita de 84 años, desde que inició la emergencia sanitaria se había cuidado mucho, era la que más precauciones tomaba, sin embargo, un día gris, lluvioso, decidió salir de su casa y se cayó. Este accidente trajo consigo una fractura que requería cirugía y hospitalización.

Los recursos eran limitados, no se podían dar el “lujo” de pagar la atención en una clínica privada, con temor acudieron a un hospital público de Ambato.

Los médicos les aseguraron que su estadía sería segura, que las salas de pacientes covid estaban aisladas y que no había la posibilidad de que su familiar se contagie. A pesar del miedo, no tenían más opciones que confiar en el sistema de salud público y en Dios.

La cirugía fue un éxito, se avizoraba una recuperación casi inmediata, pero luego de un par de días que abandonó la casa de salud Elevación decayó drásticamente.

Al ver que la mujer empeoraba todos los días, la familia decidió llevarla a otra casa de salud pública, allí trataron de salvarla, pero el virus había consumido ya sus pulmones, falleció en la cama de un hospital del Puyo un 28 de junio.

Ese día nuevamente la lluvia estaba presente y se confundía con el llanto de sus familiares. Al dolor de ver la partida de su ser querido, se sumó la prohibición de llevar el cadáver de Elevación a su natal Tisaleo para que descanse en paz, esto por las medidas de seguridad adoptadas por el COE Nacional.

Elevación se quedó en una bóveda fría y lejana.

“El virus aún puede llevarse a muchos más”.

La muerte no da tregua

No pasaron ni ocho días y el domingo 5 de julio la muerte tocaba nuevamente la puerta de la familia, esta vez se trataba del ‘Tío Gin’, como le conocían con cariño.

El hombre padecía de cáncer y falleció de un momento a otro. Los médicos señalaron que su deceso fue por posible covid que se complicó por la enfermedad que tenía.

La desolación llegaba como olas que golpeaban el rostro de la familia sin comprender el por qué.

La desesperanza parecía ganar terreno, no solo por las muertes, sino también por la crisis económica y social que azotaba a todo el país y que la familia no estaba exenta.

Un nuevo dolor

El 16 de julio, cuando todos pensaban que las cosas no podrían estar peor, el padre de Diego falleció producto del covid.

Mario dejó a tres niños en la orfandad y a su esposa desecha. Las lágrimas no se contienen, las fuerzas se desvanecen y aunque la razón le exige continuar, Gladis solo deambula en la penumbra, explica que aún espera que su esposo le llame para irlo a ver donde acostumbraba.

«Fue horrible, jamás imaginé algo así», comenta, al rememorar que la pandemia ni siquiera permitió despedirse del cuerpo de su esposo, puesto que desde el hospital salió embalado y solo le lloraban a una caja y su fotografía.

«Si no hubiese tenido a mis hijos, a lo mejor no habría luchado por mi vida y, sinceramente, habría dejado que Dios me llevara. Era duro todo lo que me estaba pasando, pero tenía que tranquilizarme y estar con ellos, criarlos», asegura.

Tanto los niños y Gladis aseguran que la pandemia les quitó lo mejor que tenían. “El virus aún puede llevarse a muchos más”, así lo reconoce Diego, mientras trata de entender la nueva realidad, una realidad sin su padre.