El silencio de una ciudad ruidosa

Faltaba un cuarto para las nueve de la noche, Javier estaba apresurado contando el dinero de las ventas del día, para guardarlo y salir apresurado de su trabajo. Por la premura con la que hacia las cosas las monedas se cayeron al suelo un par de veces.

Bufando para lograr serenarse retomó un poco la calma para cerrar la farmacia en la que trabaja, en el centro de la ciudad. Cinco para las nueve, un horario poco habitual para salir, pues su turno esa semana era hasta las diez de la noche, esto se vio alterado ya que desde ese martes 17 de marzo de 2020 empezaba el estado de excepción en el Ecuador y con este el toque de queda de nueve de la noche a cinco de la mañana.

“Sentía miedo, todo se sentía tan irreal que no comprendía hasta que punto era necesario usar tanto policías y militares para vaciar la cuidad».

En sus 22 años de vida jamás había vivido un estado de excepción y mucho menos un toque de queda, pero esta vez era algo de vida o muerte, ya que se estaban tomando medidas para hacerle frente a un virus nunca antes visto, el Covid-19. “Sentía miedo, todo se sentía tan irreal que no comprendía hasta que punto era necesario usar tanto policías y militares para vaciar la cuidad», dice Javier, que recuerda que esa noche le tocó caminar desde su trabajo hasta Cashapamba, donde vive, porque no había taxi o carro alguno que lo acerque a su casa.

 

EL DATO
El sábado 29 de febrero de 2020 el MSP confirmó 
el primer caso de coronavirus en el Ecuador.

 

El sonido del silencio lo acompañaba, este de vez en cuando se rompía con los pasos apresurados de otras personas que tenían su misma misión, llegar a sus casas sanos y salvos, lo que parecía que en algún momento no lograría gracias a que la oscuridad de la noche acechaba para agudizar sus temores, temores que jamás antes supo que estaban ahí. Poco más de las diez de la noche Javier dio gracias a Dios de poder entrar a su casa y estar junto a su familia sano y salvo. “La bendición de mamá esa noche se sintió como obtener la gloria».

Endurecen medidas

Tan solo ocho días habían pasado desde la declaración del estado de excepción y el Gobierno Nacional endurecía las medidas. Ahora el toque de queda sería de 14:00 a 05:00. La restricción de movilidad no era solamente para vehículos, sino que la gente tenía prohibido circular por las calles de la ciudad.

Todavía no eran las dos de la tarde de ese miércoles 25 de marzo cuando las sirenas de los patrulleros empezaron a sonar. Con ellas se daba advertencia a las personas que el toque de queda estaba por empezar. Esto perturbaba a las pocas personas que se atrevían a abrir sus negocios, pues aunque la pandemia avanzaba había que seguir trabajando para sostener a su familia. Eso es lo que cuenta Sarita, quien en esa época trabajaba en un local de venta de colchas y edredones.

Poco después de que las sirenas se escucharan, era el turno de las puertas lanford, que una a una se iban cerrando presurosas para alcanzar a cumplir los tiempos establecidos por las autoridades. El murmullo de la gente está acompañado más de miedo que de risas o entusiasmos, pues estos últimos han perdido el protagonismo desde que el país llegó el primer caso de coronavirus. Ahora todo es temor e incertidumbre.

“Por suerte era soltero, porque sin trabajo no sabría que hacer para darle de comer a la familia».

Junto a Sarita empiezan a caminar otras personas que están en su misma situación, todos están esperanzados de conseguir un medio de transporte que los lleve hasta sus casas, esto antes de que las autoridades los encuentren en las calles y los multen por seguir en ellas.

Sus corazones se agitan a la par del sonido de las fuertes botas militares retumbando sobre la calzada, esas botas que a lo lejos les daban la señal de que el toque de queda había empezado y era necesario dejar las calles vacías, tristes y desoladas, pero con la esperanza de que eso permitirá que el Covid-19 no se apodere de la ciudad, como estaba pasando en otras ciudades donde se empezaban a colapsar los servicios de salud y la gente moría a causa del nuevo virus. “La sensación era terrible, nunca antes sentí ese vacío al cerrar el local, ahora entiendo que todo eso solo era el vaticinio de lo que iba a pasar y de como al poco tiempo las cosas iban a empeorar», dice Sarita.

Movilización

Movilizarse hasta sus casas era otra cosa. Mientras se escuchaban las sirenas y el caminar de los uniformados, todavía había personas que buscaban cómo regresar a sus casas. Unos alcanzaban uno que otro bus, otros se encontraban con algún amigo o familiar que los acercara hasta sus domicilios, otros ‘hacían vaca’ para pagar una carrera, ya sea de taxi agremiados o ‘pirata’, para ir a sus casas y otros simplemente se armaban de valor y empezaban a caminar.

“No siempre fue fácil movilizarse, pero hasta que tuve trabajo tenía que verme los modos de llegar desde el sector del redondel de la Policía hasta La Magdalena, luego me quedaba cerca de mi casa vendiendo alguna cosa para seguir manteniendo a mi familia”, cuenta David Pérez de 35 años y desde los 14 se ha dedicado al oficio de la mecánica.

Ángel no pasa los 25 años y trabaja como conductor de un bus urbano, recuerda como los directivos, por disposición de las autoridades nacionales, suspendieron el servicio de transporte en el país. “Por suerte era soltero, porque sin trabajo no sabría que hacer para darle de comer a la familia», dice el joven conductor mientras se desinfecta su unidad para empezar la jornada diaria. Hasta ahora siente temor de contagiarse, pues si bien al inicio no daban servicio, desde que este se restableció ha debido extremar las medidas de prevención para evitar contraer el virus.

TONE NOTA
El Ministerio de Salud Pública dio a conocer que la 
paciente 0 murió por Covid-19 el 13 de marzo de 2020. 
Cuatro días después el país entró en su primer estado de excepción

 

Ahora, un año después de que la pandemia inició, las cosas no han retomado la normalidad y para Nataly jamás volverán a ser las mismas, pues ahora los negocios cierran más temprano y con ello disminuye el número de personas en la calle, sobre todo en las calles más alejadas de la actividad comercial formal e informal del centro. “Pasar por la Bolívar o la Sucre desde la Guayaquil hasta la Lalama o la Tomás Sevilla, pasadas las 19:00 es más complicado, porque hay pocos carros o personas caminando, lo único que nos queda es respirar, apretar el paso y rogar para que no nos encontremos con ningún delincuente hasta llegar a la parada para poder ir a la casa”, dice la mujer que trabaja en una empresa privada.

Nataly y Ángel cuentan que pre pandemia había buses o furgonetas hasta la 21:00 o 22:00, pero ahora encontrar como movilizarse pasadas las 20:00 es una suerte. Para ellos las cosas no volverán a ser como antes y aunque han retomado su rutina, esperan poder contar con la fuerza necesaria para seguir haciéndole frente al coronavirus, respetándolo, pero ya no temiéndole como en marzo de 2020 tan solo escuchar de él les estremecía hasta la más íntima de sus fibras.

POR: NADIA VÁSQUEZ