En general, todos somos adictos a las redes sociales. El trabajo, la educación, y miles de tareas cotidianas nos obligan a estar pendientes del celular.
La tecnología, bien usada, es un es un recurso útil que multiplica nuestro potencial. Entendiendo esta idea, desde el lado más flexible y realista del término, todos somos adictos en mayor o menor medida. Claro, excepto quienes decidieron no usar teléfonos inteligentes.
Pero si hablamos de dependencia en sentido estricto, aludiendo a una dificultad psicológica incapacitante, los criterios cambian.
Hablamos de adicción o dependencia cuando el uso de la tecnología empieza a interferir en el normal funcionamiento cotidiano de la persona. O cuando recurrir a lo tecnológico suple o compensa una serie de habilidades que, de otro modo, no somos capaces de desarrollar.
Las redes sociales
Mientras que la pantalla cumpla una función adaptativa y enriquezca nuestra interacción con el mundo, es un complemento útil al que damos la bienvenida, pero cuando la comunicación a través de una pantalla desplaza la interacción directa, cuando se convierte en una conducta de huida frente al miedo en cualquier escenario social, cuando sustituye el normal despliegue de habilidades de comunicación e interacción social, entonces ya hablamos de un uso perverso que ciertamente hemos necesitado para paliar otras dificultades mucho más profundas.
Las consecuencias del mal uso de la tecnología y las redes pueden llegar a ser graves e incapacitantes.
Una de las principales y más graves consecuencias, esa a la que se llega en última instancia después de un proceso más o menos largo de deterioro en el que se debilitan los vínculos, se pierden fortalezas, se desentrenan habilidades sociales y estrategias de afrontamiento y se acumulan miedos y limitaciones, es el aislamiento social, hasta el punto de llegar a una situación de práctica exclusión.
Es así, que aumentan los problemas de ansiedad, el desarrollo de fobias de naturaleza social y se desencadenan procesos depresivos, accesos de ira o irritabilidad y desregulación del estado de ánimo.
Señales de alarma
Son muchos los indicadores de que podemos estar desarrollando una relación preocupante de dependencia a la tecnología y a las redes sociales. Estos son los más notorios:
Uso excesivo en cuestión de tiempo
La persona permanece conectada una enorme cantidad de tiempo. Se entiende por excesivo todo lo que resulte desproporcionado o implique retirar tiempo y atención a otras actividades cotidianas necesarias, saludables o recomendables.
Descuido de áreas de vida significativas
Es decir, desatención de los pilares básicos de nuestra vida como la familia, el trabajo, lo académico, el mundo social y relacional, el cuidado personal.
Uso compulsivo
O la necesidad constante, casi constante o invasiva de realizar comprobaciones acerca de notificaciones de juegos, notificaciones de recepción de mensajes, número de ‘likes’ recibidos.
Miedo subjetivo, pero genuino experimentado ante la desconexión
Miedo o ansiedad ante la idea de no llevar el celular encima, miedo excesivo a perderse algo de información o una actualización inmediata por no atender a las redes de manera casi constante y sostenida a lo largo del día, pudiendo llegar a la evitación o huida de espacios y lugares en los que no hay posibilidad de conectarse a internet.
Comportamientos perjudiciales para uno mismo
Aparición reiterada, no ocasional, de conductas imprudentes, temerarias o negligentes (es más que un descuido de áreas de vida significativas) con tal de ejecutar comprobaciones: peligro al volante, descuido de niños pequeños, incursión en cualquier tipo de riesgo innecesario.