Los rituales caníbales eran muy frecuentes

HALLAZGO. Cráneos copa encontrados en la cueva de El Mirador, con marcas de manipulación (PALMIRA SALADIÉ/IPHES)
HALLAZGO. Cráneos copa encontrados en la cueva de El Mirador, con marcas de manipulación (PALMIRA SALADIÉ/IPHES)

DANIEL MEDIAVILLA, EL PAÍS

Durante más de 15.000 años, en un periodo de profundas transformaciones, varios grupos humanos en Europa utilizaron cráneos humanos como copas en lo que parecen prácticas rituales que incluían el canibalismo. El análisis de las marcas de corte sobre fragmentos de cráneo encontrados en Gran Dolina y la Cueva de El Mirador en Atapuerca (España), en Gough’s Cave (Reino Unido) en Fontbrégoua (Francia) y Herxheim (Alemania) deja ver grandes similitudes en el tratamiento de esos restos humanos en varias regiones de Europa desde hace 20.000 años hasta hace 4.000.

“Vemos esas prácticas en sociedades del Paleolítico, que vivían como cazadores recolectores, del Neolítico [con la introducción de la agricultura y la ganadería] e incluso en la Edad de Bronce, cuando ya se utilizaban los metales. Son periodos muy amplios y distintos y vemos una conducta que lo atraviesa todo. Y no sabemos por qué”, reconoce Palmira Saladié, investigadora del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES) de Tarragona y coordinadora del estudio que ha analizado estos restos y ha publicado sus resultados en la revista Journal of Archaeological Science.

En nuestra cultura, comerse a otros humanos es un gran tabú y se pensaba que esta aversión a la carne de la propia especie podía ser algo frecuente también en las sociedades primitivas. Los españoles tacharon de caníbales a muchos de los pueblos que encontraron cuando llegaron a América para justificar que podían sojuzgarlos, pero los aztecas decían cosas parecidas de sus vecinos. Existe, incluso, una explicación evolutiva para la mala fama del canibalismo. Daniel Carleton Gajdusek descubrió que el kuru, una enfermedad parecida al mal de las vacas locas que afectaba con frecuencia a los fore, un pueblo de Nueva Guinea, estaba relacionado con su costumbre de comer partes de los parientes muertos. Es posible que epidemias de este tipo favoreciesen la supervivencia de grupos que no practicaban el canibalismo, pero el planteamiento es muy especulativo.

Saladié comenta que, aunque el canibalismo se veía como algo excepcional, la acumulación de nuevas pruebas “hace que ahora se considere más frecuente”. Estas prácticas, consideran los autores, son parte de una forma de entender la muerte y suelen asociarse a un intenso componente emotivo. En un comunicado del IPHES, se explica que “algunas sociedades pretéritas consideraron que los cráneos humanos poseían poderes o fuerza de vida, y en ocasiones se recogían como prueba de superioridad y autoridad en confrontaciones violentas”. Saladié, no obstante, reconoce que las incógnitas en torno a estos cráneos copa que aparecen cada vez con más frecuencia en los yacimientos europeos siguen siendo muchas.

Lo que sí han podido determinar los autores del trabajo es que existe un patrón específico en las marcas que se encuentran en zonas concretas de los cráneos. Se trata de estrías hechas con herramientas de piedra que se realizaron principalmente durante la extracción del cuero cabelludo y de la carne, de forma meticulosa y de manera reiterada. Ese tipo de manipulación intensa se encuentra en todos los yacimientos relativamente recientes donde vivieron Homo sapiens, pero no sucede lo mismo en Gran Dolina, donde los restos pertenecen a Homo antecessor, un antepasado humano que vivió en lo que hoy es la provincia de Burgos hace casi un millón de años. Allí, parece que la manipulación de los cráneos solo tuvo como objetivo extraer alimento.

La manipulación de cráneos y el canibalismo no son exclusivos de Europa occidental. Entre algunos pueblos de indios americanos se han identificado prácticas parecidas, y comerse el cuerpo de los enemigos es una costumbre que se ha encontrado en sociedades humanas de todo el planeta. La persistencia de los mismos ritos durante milenios, que sobrevivieron incluso a los mayores cambios culturales y tecnológicos de la historia de la humanidad, muestra la fascinación con un acto que también nos horroriza.