Políticamente contaminados

En general, los seres humanos tenemos esa especie de torta mental que nos hace creer que nuestra visión es la menor y única posible. Tendemos a recriminar a otros lo que hacen mal y justificar lo que otros dicen que no hacemos tan bien.

Nuestra visión crítica de algunos temas roza, a veces, lo ridículo. Luchamos por tener razón. No importa la verdad, no importan los valores, solo importa la razón.

Bajo esta prima resulta difícil ponerse de acuerdo a un debate tan controvertido como el del socialismo contra el capitalismo. Sobre todo, teniendo en cuenta que cuando debatimos eliminamos todo aquello que nos quita la razón y dejamos tan solo aquello que nos pueda evitar el doloroso proceso de admitir que estamos equivocados. Sí, ambos por difícil que parezca, tienen algo en común: son sistemas. Como sistemas no tienen vida, no actúan, no se mueven por si solos.

Somos, por tanto, las personas las que los utilizamos y los hacemos dinámicos. Este punto es esencial en el entendimiento del funcionamiento de los mismos. Los sistemas no actúan por nosotros. Un sistema no crea pobreza, ni riqueza, ni igualdad, ni justicia.

Somos las personas las que creamos el mundo, echar la culpa a un sistema económico de los males de la humanidad es absurdo. Socialismo y capitalismo pueden conseguir los mismos objetivos. Todo, absolutamente todo, depende en última instancia de nuestro comportamiento.

Decir que un sistema económico es responsable de algo es como decir que el fuego es malo porque quema. El problema no es el fuego es quien hace uso del fuego y con qué intención, efectivamente como humanidad somos responsables de muchos éxitos y fracasos, cabe por tanto preguntarse qué piensa un socialista y qué piensa un capitalista. Con esto en mente, parece más fácil entender por qué el debate sigue en pie. Ambos zarpan de hipótesis de partida totalmente opuestas, por eso concluyendo la responsabilidad no recae en el sistema, recae en nuestra forma de pensar y actuar.

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