Juventud divino tesoro

Manuel Castro M.

Así la llama en su poema Rubén Darío. Viene al caso al contemplar la imagen y actuación de Juan Guaidó en Venezuela. Con sus treinta y cinco años de edad se ha puesto sobre su espalda un país entero y ha hecho lo que su inmediata generación no ha impedido: la existencia un sistema totalitario, atrabiliario. Donde el pueblo se muere de hambre y de falta de libertades, gobernado por un grupo minúsculo de militares y apoyado por tres o cuatro gobiernos nada democráticos.

Guaidó es el ejemplo del joven arriesgado, valiente, que lucha en la calle por su pueblo. Los resultados no se saben, se hace “camino al andar” dice Machado. Pronto o en corto plazo los sátrapas caen y en forma ignominiosa, despreciados por sus pueblos, traicionados por sus conmilitones, pues peor que un enemigo es el adulón. Guaidó y los jóvenes que le acompañan es el futuro, el presente es de un Maduro asustado e inepto sostenido por las armas y por unos cuantos fanáticos marxistas, dentro y fuera del país.

Dios le libre a Guaidó, o quien le toque, tener el poder absoluto, es decir el camino a la corrupción total, donde campea el crimen, el robo, las vergonzosas lealtades ideológicas, que lo primero que hacen es fusilar, llenar las prisiones de quienes se le oponen, impedir la libertad de expresión, de reunión, todo a pretexto de caducas ideas, cuyos negativos resultados en Rusia, Venezuela, Cuba, Nicaragua son evidentes.

Fidel Castro también fue el joven revolucionario, de treinta y tres años de edad, admirado y apoyado hasta el delirio por el mundo. Dejó de ser joven (juventud te vas para no volver dice el mismo Rubén Dario) y se volvió monarca socialista utópico y ya viejo dejó un pueblo más viejo y enfermo y pasó a la vitrina de los déspotas con más ilustración y carisma pero igual que Batista, Stalin,Franco, Pinochet.

Estos jóvenes venezolanos acabarán con la utopía socialista, tarde o temprano, la de creer que la felicidad tiene que ser obligatoria, a punta de represiones y lavados de cerebro y lo triste fuera de la realidad, “reemplazando la Esperanza por el Dogma,” como afirma John Berger (1926-2007).

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