La primera maravilla

Sara Serrano Albuja

San Francisco “la obra que alzaron al pie del Pichincha es la primera maravilla del arte en la América del Sur. Los 30.000 metros cuadrados de su planta, con tres iglesias, siete claustros y una huerta, le dan derecho a presentarse como un Escorial en plenos Andes”, así describe el historiador Fernando Jurado Noboa a este coloso en su libro ‘Calles, casas y gente del Centro Histórico de Quito’. Jurado coincide con varios cronistas e investigadores en la esencia inicial precolombina de esta joya quiteña.

El convento fue construido en el “palacio de los capitanes del Inga” refiere este autor y pinta con palabras al museo franciscano “cuajado de obras maestras de pintura, escultura, talla, mobiliario y orfebrería”. Esta solo es una de las tantas maravillas de Quito. Con canelazos, cuarenta, guitarreada, farra, leyendo en familia poemas y leyendas y cantando las clásicas canciones quiteñas, hemos celebrado a Quito, no desde el saldo violento de su fundación, sino desde su prolífico legado y ser identitario.

Somos cultura india e hispánica, mestizaje creativo. Arte que vistió a los templos de América como una Florencia. El heroísmo y brillantez de Espejo, Rosa Zárate, Montúfar, Lequerica, las gestas de Quito, su rebeldía: eso somos. Quito sufre, está en crisis. El gobierno local no ha estado a la altura y talante de nuestra historia. Muchas familias quiteñas no tienen empleo en su propia ciudad. Solo hay que mirar a los barrios y montañas para constar retrocesos y colapsos.

Aun así, Quito permanece altiva en nuestra sangre. Es la artista, la poeta, la de los donaires, la de la sal quiteña y las guitarreadas, la de la política en las venas, la que ha botado presidentes, la rebelde, la ciega de sí misma, la que me provocó escribirle este amoroso texto: “Qué magia o Cantuña apasionado,/ picaflor de la madera,/ cinceló tu piel lúbrica de mujer andina/ para que yo advirtiera manos indias/ y mestizas/ en tus ángeles y santos de pan de oro. Estoy hecha de tus miradores, de tus barrios de tus montañas crepusculares”. Quito clama por un radical cambio.

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