Partir

Eduardo Naranjo Cruz

Llegar al final es inevitable al ser humano, la angustia o la paz será el sentimiento. Los creyentes esperan ir a otra dimensión, los demás aspiran a vivir en el recuerdo o esfumarse en el olvido. La gente buena creyente o no, parte tranquila, no así los miserables que hicieron de su prójimo la escalera para sus vanidades.


La partida de este espacio-tiempo es el final de la conciencia. El individuo desaparece, pero se mantiene vivo en las mentes de la gente que le amaron y con quienes compartió la dicha de vivir. Quizá solo los humanos somos capaces de generar tantas pasiones positivas como negativas, que sobreviven al ‘ser’ desaparecido, en tanto no se extingan las generaciones contemporáneas, quizá allí nacen las leyendas, por la transmisión del recuerdo convertido en información incompleta.


La gente que ama de verdad y comparte sentimientos y bienes es el modelo ideal esperado, no así los malditos que en nombre de su Dios o de su Patria usan engaños y falsedades y se benefician del resto. El tiempo es el juez que permite a los presentes dimensionar la imagen del que partió y son los hechos y consecuencias, no la narración historicista, la que cuenta develando sanguinarios dictadores o desenfadados malhechores e hipócritas que hicieron daño engañando a amigos y multitudes.


Al partir de este mundo, los que no cumplieron principios de lealtad, amistad y honestidad, quizá sufrirán el sentir en su conciencia que no fueron nada y descubrirán su inmensa soledad, será grande el dolor por su codicia al abandonar bienes sin llevarlos al infierno de su tortuosa mente. Es deseable partir en paz. Buenos y buenas serán recordados. Malos y malas olvidados y alguien podría decir ‘escupiré sobre sus tumbas’. Por suerte hay gente buena en todos los estratos sociales.